Ejercicio Profesional

martes, 13 de junio de 2017  |   

La urbanización actual, la que se ha desarrollado en las últimas décadas, genera extensos espacios ocupados pero con frecuencia de baja densidad, por la frag­mentación de lo urbano con intersticios expectantes aún no urbanizados y por la segregación social y la especialización funcional. El efecto de escala y la dis­continuidad de lo urbano tienden a romper la vinculación entre el sistema físico y la relación social. Se crean “regiones urbanas”, a veces policéntricas, otras mo­nocéntricas pero en las que tiende a prevalecer lo urbanos sobre lo ciudadano. Aumentan las desigualdades sociales y se reduce la calidad de vida: aislamiento, dificultades de movilidad y accesibilidad, costes derivados de la especulación ur­bana e inmobiliaria, déficit de equipamientos y servicios en las periferias, expul­sión progresiva de los sectores populares y los jóvenes de las áreas centrales, etc. Es decir, se reduce el salario indirecto (bienes y servicios colectivos y universales) y se generan procesos de pauperización relativa de la ciudadanía. El habitante es reducido muchas veces a población activa, cliente de servicios, elector o excluido. Muchos autores se refieren a esta realidad como “la disolución de la ciudad y la crisis de la ciudadanía”.

Jordi Borja.
Revolución urbana y derechos ciudadanos.
1ª ed. Buenos Aires: Café de las Ciudades, 2014.