Identidad y sustentabilidad

Gabriel Burgueño

domingo, 26 de marzo de 2017  |   


Paisaje urbano metropolitano de cara al futuro

El paisaje de las ciudades es el marco por antonomasia para construir identidades dado que es el contexto de acciones cotidianas y de decisiones que hacen a su apropiación y que aportarán usos más intensos.

Para visualizar un futuro mejor, resulta fundamental enfocar también medidas de sustentabilidad que conlleven a obras más respetuosas del ambiente como entorno y que dialoguen con búsquedas de contemporaneidad. En ese sentido el paisaje puede aportar ideas, como categoría que involucra el medio físico pero también la percepción.

De este modo, forma, color y textura materializan espacios que sugieren respuestas a las preguntas sobre cuál es el paisaje rioplatense; cómo es el jardín argentino o incluso si hay un parque porteño. Esta preguntas se vierten tal como ocurre frente a cualquier manifestación de diseño local (arquitectura, pero también gráfico, textil o industrial) y siguen sin respuesta acá y en otros puntos del continente y a más de quinientos años del encuentro con Europa, de la que nos planteamos la necesidad de emancipación cultural (al menos parcial).

Ribera norte, San Isidro y Costanera Sur (CABA)

La vegetación de cada localidad es una forma de bucear la paleta de ingredientes para la receta emancipatoria y paralelamente brinda el adicional de austeridad (que no se debe confundir con falta de calidad) y la posibilidad de amigarnos con el ambiente. Esto último es fundamental, dado que solo las plantas de cada región natural viven en las condiciones de suelo, relieve, clima y vínculo con los cursos de agua sin necesidad de aportes de energía humana.

Muy cercana a la temática de la flora, está la relacionada con la fauna silvestre, que encuentra (o no, de la obra depende) el medio de supervivencia, alimento, refugio y apareamiento en el espacio urbano. Una mariposa o un ave, solo puede vivir si tiene la o las plantas que le dan su follaje para la oruga o el fruto para el pájaro, hecho elemental y hasta obvio pero que no se incluye en las currículas de arquitectura, urbanismo, paisajismo, jardinería, diseño de espacios exteriores ni interiores de ninguna índole.

Al mismo tiempo, las plantas del país –y sobre todo las de la región de cada ciudad– posibilitan un reencuentro con saberes que por ser nosotros humanos urbanos, hemos perdido. Las comestibles, las medicinales, las aromáticas, las melíferas, las tintóreas, entre otros usos y junto a la dimensión de imaginarios hacen a la aprehensión cultural de los seres vivos, parte inseparable de las identidades de pueblos originarios y campesinos que en la ciudad se diluye con las propuestas fast y globalizadoras.

Claro que las plantas o animales no aparecen sueltos y arbitrariamente en el terreno, sino que interactúan en el paisaje organizados en comunidades. Para un porteño puede ser una novedad que la fisonomía originaria de la actual área metropolitana estaba conformada no solo por pastizales sino también por bosques de barrancas (talares, algarrobales); bosques de ribera (sauzales, ceibales) y hasta selvas (en las márgenes de arroyos y ríos locales), con una gran diversidad vegetal y animal (alrededor de 2000 plantas en la provincia) como resultado de la confluencia de 3 ecorregiones: pampa, espinal y delta e islas del Paraná y el Uruguay.

La revisión de costumbres heredadas, modas impuestas y propagandas estériles puede significar un proyecto con más anclaje en las realidades contemporáneas y evitar la pérdida de valores intangibles que también son parte del paisaje como categoría de enfoque metropolitano. Estas reflexiones pueden ser indicadores de calidad, de un sentido común muy básico, pero no siempre incorporadas a las obras por las que transitamos.