Movilidad - Transporte

Augusto Penedo

miércoles, 2 de mayo de 2018  |   

Las restricciones al uso del auto en los centros y subcentros de las ciudades deberían estimular el incremento de modos alternativos de movilidad: como el caminar, el uso de la bicicleta, y el fortalecimiento del transporte público. Si no, estaremos fritos. En San Pablo, Brasil, un ciudadano puede perder 86 horas al año en atascos.

Para lograrlo el Estado deberá mantener en forma sostenida las inversiones en infraestructuras. Y recuperar 30/40 años de retrasos.

Buenos Aires ha encarado algunos de estos temas: bienvenidos sean el RER y la autopista costera (hoy Paseo del Bajo). Habrá que añadir alguna línea de subterráneo transversal y mejorar los servicios de colectivos urbanos. Y no me refiero a los recorridos trazados, donde se pueden incorporar mejoras importantes como ha sido el Metrobus, sino a la modernización y mejora de los autobuses, los vagones de los subtes y trenes; en definitiva, una mejora en la calidad y confort de los transportes de pasajeros, para ofrecer una alternativa tentadora. Transformaciones que esperemos sean constantes. 

El que dará más batalla será el automóvil, o mejor dicho los fabricantes de automóviles y sus amigos íntimos, los productores de combustibles derivados del petróleo. Hoy se nos ametralla con los progresos de los automóviles, de los autos sin conductor, etc. Quizás para esa meta mítica del 2030, en Silicon Valley todo eso se haga realidad, pero me permito dudar que eso ocurra en Chascomús o en la periferia de Buenos Aires, e incluso en la mayoría de las capitales del mundo. 

2030: según el Banco Mundial debería asegurarse para entonces un transporte sostenible para mejorar el medio ambiente, que permita bajar las emisiones de efecto invernadero. Hoy el transporte genera el 23% de los gases contaminantes, y se proyecta un 40% en 2040 si no se encaran políticas de optimización.

Argentina tiene 300 automóviles cada 1000 habitantes (Banco Mundial: Global Mobility Report), pero es evidente que los más pobres no lo tienen y esos serán los que primero se beneficiarán de la mejora de los servicios de transporte  público. Y lo merecen, porque son los que menos contaminan y los que más viajan para ir a trabajar.

Los automovilistas ofrecerán resistencia. El auto tiene un fuerte valor simbólico, es un fetiche, y para muchos, una ilusión cumplida. Habrá que desarrollar políticas disuasorias: estacionamientos periféricos subvencionados, articulados con rápidos, cómodos y económicos medios para llegar al centro de la ciudad; restricciones a la circulación; penalizaciones al uso individual, etc.

Muchos  imaginan un futuro con coches voladores como Regreso al Futuro 2, o para los mayores, las ciudades de Flash Gordon. Puede que alguna vez sea así, pero por ahora deberíamos darnos por satisfechos con llegar a lo enunciado en el primer y segundo párrafos, y también sumar más espacios públicos ligados a la caminabilidad, como ya ocurre en algunas partes del Microcentro porteño que han sido ocupados por bares, lugares de encuentro, etc. O como la tan difundida recuperación de Times Square en Nueva York. Más calles para los ciudadanos de a pie. 

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