Las fronteras disciplinares del Paisaje
Juan Pablo Porta
Durante las ultimas dos décadas, el diseño del paisaje ha expandido sus fronteras de intervención. El alcance de esta disciplina ya no solo se limita al diseño de parques y jardines, y año tras año va cobrando un rol más importante y abarcativo en el desarrollo de la planificación urbana de las ciudades.
Del diseño de proyectos encerrados en sí mismos, hemos ido pasando al diseño y manipulación de grandes superficies urbanas. Superficies que no son estáticas, no son homogéneas, no son neutrales, y no están enmarcadas en límites precisos. El término paisaje ya no remite exclusivamente a las perspectivas bucólicas del siglo pasado, sino que evoca algo más cercano a una matriz de funcionamiento. Una matriz de tejidos conectivos que organiza no solo objetos y espacios, sino también los procesos dinámicos y eventos que se mueven a través de ellas. Es el paisaje como superficie activa, estructurando las relaciones e interacciones entre los eventos que soporta. Una superficie activa, dinámica y responsiva en donde los eventos se despliegan a través del tiempo, asumiendo diferentes funciones, geometrías y situaciones que demandan cambios y flexibilidad.
Estos nuevos modos de operar de las prácticas del paisaje tienden a desarrollar modelos que superan tanto la dicotomía entre los urbano y lo arquitectónico, en términos de escalas y artificialidad, como así también el marco disciplinar correspondiente estrictamente a lo paisajístico y lo urbano, potenciando la generación de una práctica transversal de la cual emerge una capacidad de adaptación indispensable para responder a las transformaciones urbanas y territoriales a través del tiempo y a la multiplicidad de escalas y dominios de implementación necesarias.
Conceptos como la emancipación del objeto, en el cual la forma se desmantela y aparece difusa en territorios cada vez más robustos, o el tiempo como material evolutivo y ritmado a ser simulado, previsto y controlado, o el paisaje como infraestructura, en donde aparentemente ordinarios nudos de autopista, veredas, alineaciones de arboles, etc., emergen como potencial material de trabajo lejano a su presunción inerte, demuestran la necesidad de entender al Paisaje como un protagonista clave en el diseño de nuestras ciudades.
Toda duda o prejuicio en relación a estos nuevos modos de operar de la disciplina del paisaje como falsa ciencia, especies de geologías no rigurosas, neo funcionalidades, o ecologías quiméricas, queda expuesta como un mito conservador, el cual nos impiden tomar las oportunidades latentes que el crecimiento de esta disciplina nos presenta, y operar en busca de nuevos campos de actuación que nos permitan transformar aquellos obsoletos límites en fronteras, y llevar al Paisaje a trascender nuevas formas de conocimiento.