Un libro | El ruido del tiempo
Leandro Pecora
El ruido del tiempo, de Julián Barnes.
Editorial Anagrama. Barcelona: 2016.
De pronto, sólo tenemos un hombre y una valija esperando, cigarrillos, horas, que llegue un último ascensor y lo lleven. Es un comienzo simbólico, el que elige Julián Barnes para su novela, ya que antepone a la espesura artística del personaje su propia nimiedad ante el poder.
Si bien la biografía del compositor Dmitri Shostakóvich dirá que ha nacido en San Petersburgo en 1906 y fallecido en Moscú en 1975, “El ruido del tiempo” desanda con acierto y notable prosa otros pliegues de una vida, otras mensuras de lo vital, el lento peregrinar hacia un dramático y consensuado final.
El hecho que sentencia su vida, que la pone en manos siempre de alguien más, es un concierto en el Bolshói de Moscú en 1936 en que representa “Lady Macbeth de Mtsensk” y cuenta con la presencia del propio Stalin, entre otras autoridades del Partido. Se retira desilusionado, el dictador georgiano, en mitad de la función; Shostakóvich suda en el escenario. Dos días más tarde, el “Pravda”, órgano oficial, define la obra como desviacionista y decadente, apolítica y burguesa, amanerada y antiópera. Sabe que es el comienzo del fin.
Lo que sigue, y de lo que trata esta gran obra, es la vida del artista a partir de allí, la absoluta sumisión exigida y concedida a la tiranía, la inagotable sed de indignidad que le reserva el poder, los vaivenes inexorables que transita una conciencia hasta ver esfumada el alma; el imposible idilio entre arte y totalitarismo y todo desolador esfuerzo por negarlo.