Las cuencas del AMBA como paisaje

Daniela V. Rotger

sábado, 16 de julio de 2022  |   

El presente artículo es un resumen del Capítulo II del libro de la autora titulado “El paisaje fluvial en el AMBA”, de reciente publicación y disponible en la Biblioteca CPAU.

El AMBA es un conglomerado asentado sobre un sistema de cuencas hidrográficas tributarias al Río de la Plata. Para abordar la relación cuenca-urbanización partiremos del concepto de paisaje fluvial, intentando relevar cómo las cuencas del AMBA han sido y son percibidas y valoradas como paisaje, entendiendo que emprender un proceso de valoración e intervención implica abordar las relaciones físico-naturales, histórico-territoriales y simbólico-culturales.

La interacción de una expansión urbana heterogénea, discontinua y carente de infraestructuras sobre esta área vital, desde el punto de vista ambiental, se evidencia en el estado de degradación de los cursos de agua, y llega a su punto crítico actualmente con el aumento en la recurrencia de inundaciones urbanas, que resultan de la ausencia de una gestión integral de las cuencas.

Agua, metrópolis y paisaje
Para el estudio de las cuencas del AMBA desde la óptica del paisaje fluvial, es necesario desarrollar sus características como territorio, las particularidades de su sistema de cuencas hidrográficas –aspecto fundamental de su subsistema natural–, y abordar cómo la valoración –negativa, positiva o nula– de las dimensiones físico-naturales, histórico-territoriales y simbólico-culturales que configuran este paisaje fluvial se trasladan al ordenamiento del territorio.


Área Metropolitana de Buenos Aires. Fuente: Observatorio del Conurbano Bonaerense. UNGS. Instituto del Conurbano.

Cuencas del AMBA
Sin llegar a ser un ámbito completamente plano, las cuencas del AMBA discurren dentro de un medio con escasas diferencias topográficas, por lo cual se dan en algunos tramos características propias de los cursos de llanura –los que se identifican generalmente con pendientes inferiores al 1%–, sobre todo en la planicie costera, donde los límites de la cuenca no pueden ser delimitados y se identifican en base a criterios de homogeneidad –ecológicos, por ejemplo–. Allí, la energía hídrica es muy baja, predominan los movimientos verticales de agua, y el almacenamiento subterráneo y el escurrimiento no es lineal, por lo que en muchas zonas existen canalizaciones. Entonces, si la cuenca hidrográfica se expresa espacialmente como el recorrido que ha debido realizar un río o arroyo desde su naciente hasta su desembocadura para desarrollar el ciclo del agua, este proceso, en el caso del AMBA, adquiere una complejidad particular, por tratarse de cursos de agua que atraviesan un territorio llano, con un drenaje dificultoso y poblado por casi 15 millones de habitantes. Más allá de que las cuencas del AMBA se caracterizan por una topografía parcialmente llana y uniforme, su singularidad está en “la coincidencia entre la delimitación de las cuencas hidrográficas y las hidrogeológicas, justamente por tratarse de un ambiente llano con exceso hídrico. Esta independencia hídrica con respecto a territorios vecinos hace a las cuencas hidrológicas una unidad morfológica integral, adecuadas como unidades territoriales para la gestión de los recursos hídricos” (Herrero y Fernández, 2008, p. 27).

El AMBA se implanta sobre cinco grandes cuencas hidrográficas perpendiculares al Río de La Plata (Figura 11): las tres más importantes son, en sentido norte-sur, las de los ríos Luján, Reconquista y Matanza-Riachuelo. Le siguen en importancia las cuencas hidrográficas de la zona sur y por último las de la Ciudad de Buenos Aires, con cursos totalmente entubados. Aunque no estén visibles, los cinco arroyos más importantes que surcan la ciudad son: Ugarteche, Los Terceros, Vega, Maldonado y Medrano (Herrero y Fernández, 2008).


Sistema de cuencas del AMBA. Fuente: elaboración propia en base a mapa de cuencas de Subsecretaría de Urbanismo y Vivienda, 2007, p. 129.

El proceso de urbanización en áreas frágiles, que se da cada vez con mayor intensidad, deriva en severos impactos a la población afectada, sobre todo los fenómenos de inundación por desborde de ríos o arroyos o por precipitaciones. Por eso, la importancia de ordenar ambientalmente el AMBA en base al estudio de los procesos ambientales, donde la regionalización en base a cuencas sería la más adecuada no solo para la gestión del riesgo, sino para el tratamiento integral de los sistemas hídricos urbanos: las fuentes de agua, el sistema de almacenamiento y distribución, el saneamiento y el drenaje de las aguas –incluyendo el tratamiento de los residuos sólidos urbanos–; enfatizando la necesidad de mejorar la calidad paisajística de ríos y arroyos, como un modo de mejorar la calidad ambiental.

Dimensión físico-natural
El territorio que ocupa el AMBA se caracteriza por sus leves ondulaciones y gran cantidad de cursos fluviales (Figura 12). Dentro de la denominada Pampa Ondulada, la llanura en la cual se localiza la mayor parte del AMBA es, según su denominación geomorfológica, una planicie loéssica (Nabel y Pereyra, 2000). Se trata de terrenos planos o suavemente ondulados constituidos por depósitos loéssicos “pampeanos”.

La planicie loéssica o terraza alta es la llanura en la que se encuentra la mayor parte del AMBA, y llega hasta al Gran Rosario. Los procesos fluviales que han actuado históricamente son los que caracterizan el paisaje de la Pampa Ondulada, con una fuerte modificación geomórfica por parte del accionar de los numerosos cursos fluviales que surcan la planicie, generando procesos de erosión y depositación (Nabel y Pereyra, 2000). En la región pueden observarse dos áreas bien diferenciadas: una bordeando la costa del Río de la Plata, con alturas inferiores a los 5 msnm, llamada terraza baja; y otra que se extiende en sentido oeste desde los 5 metros de altura hasta una altura máxima de 35 metros, denominada como terraza alta. La terraza baja es conocida como valle de inundación del río o “planicie aluvial”, con terrenos anegadizos y pequeñas lagunas, en donde es común que la capa freática se localice a poca profundidad. Con un ancho variable, que puede llegar a medir 10 kilómetros a la altura del partido de Berazategui (zona ribereña sur), es el área con menos afectación a las sudestadas, debido a su baja cota (inferior a los 3 msnm) (Brailovsky, 2010).


AMBA. Relieve e AMBA, relieve e hidrología. Fuente: Subsecretaría de Urbanismo y Vivienda, 2007, p. 127.

Dimensión histórico-territorial
Aunque la Ciudad de Buenos Aires –epicentro del AMBA– creció siguiendo las pautas de localización de las Leyes de Indias, que contemplaban las condiciones topográficas y las cuencas fluviales, la radicación industrial desde el modelo de acumulación agroexportador estuvo ligada al puerto y a los principales cursos de agua por razones de transporte, energía hidráulica, refrigeración e higiene. Al iniciarse el siglo XX, y sobre todo a partir de la década del 40, la expansión demográfica y la falta de controles en la urbanización favorecieron la ocupación de los bajos inundables y terrenos no aptos para uso residencial (Nabel y Pereyra, 2000). Según Barsky, la conformación tentacular que configura el tejido del AMBA tiene su origen en una serie de fenómenos urbanos, que se incrementaron notablemente desde fines de siglo XIX. Sobre la base del parcelamiento colonial realizado por Garay en 1580, se fueron sucediendo una serie de oleadas aglomerativas, que han ido desarrollando la urbanización al compás de los procesos socioeconómicos (2012).

En este sentido, Brailovsky (2010) identifica diferentes actitudes sociales y períodos respecto al fenómeno de las inundaciones urbanas en la Ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires, que dejan expuesta la relación entre el proceso de urbanización y el medio natural a lo largo de la historia Argentina, un proceso en el que la sociedad “construyó la ficción de que la artificialización del medio anula las leyes de la naturaleza” (Brailovsky, 2010, p. 55). 

A modo de resumen, el desarrollo urbano del AMBA puede sintetizarse en tres grandes momentos (Di Virgilio y Vio, 2009): el primero, que se sustenta en el modelo agroexportador y se extiende hasta la crisis de 1930, que ha otorgado centralidad a la Ciudad de Buenos Aires y a su puerto; el segundo, en el que tiene lugar la consolidación de las dos primeras coronas del Gran Buenos Aires, y se extiende hasta fines de la década de 1980. A partir de la década de 1990, se inicia un patrón diferente en el modelo de metropolización, que afecta principalmente a la tercera corona, bajo nuevas formas residenciales como barrios cerrados y clubes de campo. Esto se da a partir de una mejora en la accesibilidad para las zonas más alejadas a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, específicamente a través de la extensión de la red de autopistas.

La degradación a la que han sido sometidos los arroyos que desaguan en la cuenca del Río de la Plata –la contaminación de las aguas y los fondos producto de la actividad industrial, la descarga de desagües pluviales y cloacales, y el vertido de todo tipo de residuos– hace que su estado actual sea de máximo deterioro. La ocupación tanto de los bordes como de las planicies de inundación mediante entubamientos y canalizaciones ha alterado su dinámica natural, ocasionando anegamientos sobre amplios sectores.

Dimensión simbólico-cultural
A lo largo de la historia de los ríos y arroyos del AMBA ha existido una valoración diferenciada del recurso asociada a distintos posicionamientos sociales y económicos frente a la problemática de abastecimiento de agua, eliminación de efluentes, desagües y gestión de inundaciones urbanas.

En el período colonial, existía una actitud de respeto frente al ambiente, basada en la falta de conocimiento de la dinámica natural, que se modifica en los primeros años de vida independiente con la instalación de los primeros saladeros en los valles de inundación de ríos y arroyos. Este posicionamiento se consolida a principios del siglo XX con las primeras industrias y el poblamiento alrededor de ellas –ya con marcada confianza en la tecnología como medio para sortear las dificultades del medio natural–; y continúa a mediados del siglo XX en el período de mayor crecimiento urbano del AMBA, con la ocupación de las zonas bajas, la aparición de usos del suelo degradantes y las villas y asentamientos, perpetuándose hasta la actualidad.

Más allá de algunos patrones comunes en torno a la valoración del paisaje fluvial en el AMBA, ciertos cursos de agua y cuencas, por las características de su paisaje natural o su historia urbana, registran un mayor reconocimiento social en cuanto a su valor simbólico y cultural, lo cual no necesariamente se asocia al tratamiento de estos valores dentro de los planes de gestión de cuenca u otros instrumentos de ordenamiento territorial.

Para responder a las razones que hacen que un curso de agua tenga una mayor o menor valoración social positiva en el AMBA, es necesario indagar en los aspectos simbólicos y culturales que se dan en este territorio. El río Matanza-Riachuelo, por el papel que ha tenido históricamente como límite natural de la Ciudad de Buenos Aires, además de puerto natural en sus inicios, y posteriormente área de concentración industrial, posee una cantidad considerable de relatos históricos, artículos periodísticos, ficciones literarias, fotografías y pinturas (Silvestri, 2003), que se concentran en el tramo de su desembocadura.

Más allá de la preponderancia del reconocimiento del paisaje cultural en el Riachuelo, la presencia continua de las industrias a lo largo de la cuenca y con mayor intensidad en la cuenca baja y media, entre la Ciudad de Buenos Aires y los partidos de Avellaneda, Lanús, Lomas de Zamora, Esteban Echeverría, Ezeiza y La Matanza, ha anulado la apreciación de los valores naturales y escénicos que existen en los sectores menos antropizados, que aún conservan una morfología de cauce poco transformada y márgenes libres.

Lo contrario ocurre en la cuenca baja del río Reconquista, y en mayor medida en la cuenca del río Luján, donde el paisaje litoral y deltaico que se encuentra en la desembocadura de ambos –en los partidos de San Isidro, San Fernando, Escobar y Tigre– suscita conflictos de intereses entre el uso público y privado de la ribera. El paisaje que genera el encuentro con el Delta y el estuario del Río de la Plata origina un ecotono en donde los valores paisajísticos favorecen el desarrollo de las lógicas de la urbanización cerrada (Fernández, 2012). 


Urbanizaciones cerradas en la cuenca baja del río Luján. Fuente: Google Earth.

Asimismo, en la cuenca media del río Luján se concentra una gran cantidad de urbanizaciones cerradas. Solo en el partido de Pilar se registran 133. Allí, como en otros sitios del AMBA, las tierras altas, muchas con potencial agrícola, en los últimos 15 años, fueron las más valorizadas por desarrolladores inmobiliarios para la producción de UC (Ríos y Pírez, 2008), como parte del crecimiento urbano extensivo reciente de la tercera corona del AMBA. Regresando a la cuenca del río Reconquista, a pesar de poseer una vasta historia dado que previo a la conquista española el área se encontraba ocupada por pueblos originarios –Querandíes y Guaraníes que desarrollaban agricultura, caza y pesca–, y poseer en su desembocadura un puerto natural que competía con el de Buenos Aires (Defensor del Pueblo de la Nación, 2007; según datos de Kuczinski, 1993), hoy el paisaje más apreciado es el litoral, en su intersección con el Río de la Plata. Esto puede explicarse a partir del perfil industrial que ha desarrollado la cuenca desde mediados del siglo XX, favorecido por la cercanía a la Ciudad de Buenos Aires, la presencia de ramales ferroviarios y la posibilidad de volcado de efluentes en el curso, lo que causa su estado de deterioro actual.

Asimismo, este río posee en su cuenca alta la Represa Ingeniero Roggero, construida en la década de 1970 debido a las recurrentes inundaciones, que contiene las aguas del embalse lago Francisco, y forma parte del Área Natural protegida Dique Ingeniero Roggero, donde se desarrollan actividades de educación e interpretación ambiental, turismo y recreación, además de protección de recursos naturales y yacimientos fósiles. En el caso de las cuencas de la Ciudad de Buenos Aires, como ya ha sido expuesto, la totalidad de los cursos han sido entubados, “arroyos como el Maldonado se reunían en anillo con el Riachuelo, convirtiendo en isla a Buenos Aires. Pero el Maldonado permanece hoy entubado bajo la avenida Juan B. Justo, y la ciudad lo ha olvidado: carece de historia” (Silvestri, 2003, p. 23), asimismo su capacidad de suscitar significados vinculados al agua.

En el caso de la cuenca de la zona sur, con diferente intensidad de ocupación –una mayor intensidad edificatoria entre la ciudad de Buenos Aires y el partido de Florencio Varela, notoriamente disminuida entre este partido y el Gran La Plata–, en general los cursos se encuentran muy transformados, debido al uso predominantemente urbano de las cuencas medias. En las cuencas altas existen valores asociados al uso agrícola y, hacia la cuenca baja, sucede algo similar al Delta y al litoral de las cuencas Reconquista y Luján, en este caso con competencia de urbanizaciones cerradas, industrias, áreas de reserva natural en áreas de humedal y selva marginal, y también el uso de la ribera como espacio público.

En base al análisis realizado sobre los valores simbólicos y culturales vinculados a las principales cuencas del AMBA, se visualiza a grandes rasgos el aprecio de valores patrimoniales en la desembocadura del Riachuelo, asociados a su pasado portuario, y la ponderación de valores estéticos en los tramos finales de los ríos Luján y Reconquista –además del área natural mencionada– y en la cuenca de la zona sur. No existen valores asociados a los cursos de agua, pero sí al Río de la Plata, ya sea por la apreciación del Delta como paisaje natural o por su asociación al puerto y a los primeros barrios de la Ciudad de Buenos Aires.

El crecimiento metropolitano, y la degradación ambiental que conlleva, ha ido en paralelo al deterioro de las cuencas del AMBA, esto se relaciona sin duda con la escasa apreciación y tratamiento de los ríos y arroyos como paisajes fluviales, por ello un primer paso para considerar a un curso de agua como paisaje fluvial sería el saneamiento de la cuenca.