Los humedales y la ciudad porteña

Patricia Kandus, Pablo Macagno

sábado, 16 de julio de 2022  |   


Desde la percepción de los habitantes de la Ciudad, los humedales con sus problemáticas y sus conflictos socioambientales parecieran ser ajenos a la condición urbana. Sin embargo, los habitantes de la ciudad emergen como víctimas de lo que ocurre en esos ambientes distantes y de carácter difuso, cuando ocurren por ejemplo inundaciones como las del arroyo El Gato en La plata (Romanazzi, 2011) o llega el humo de los incendios del delta del Paraná (Kandus et al, 2020).

Esta podría ser la percepción de la mayoría de los habitantes de nuestro país, dado que el 92% de su población es urbana. Sólo el AMBA concentra más de 1100 habitantes por km2 (13.285 km2)[1]; y CABA, en particular, cuenta con una población de 2.890.151 habitantes en sus 200 km².[2]

En su condición de ecosistemas, los humedales son entendidos como áreas cuyo emplazamiento en el territorio determina la presencia de agua dulce, salobre o salada superficial (por lluvias o desbordes de cauces o mareas) o subsuperficial (porque la napa o agua subterránea se encuentra muy próxima a la superficie) durante considerables períodos de tiempo o de forma permanente. Esta condición hace que en los humedales se produzcan procesos ecológicos propios, que condicionan la presencia de la vida, la cual debe tener adaptaciones para instalarse y sobrevivir allí, y dejan también improntas particulares en los suelos o en general en los sustratos donde se emplazan.[3]

No hay una fisonomía típica que identifique a los humedales, como ocurre en el caso de los bosques o los pastizales; en cambio, son las funciones ecosistémicas las que emergen como principal carácter para su valoración. Es así que los humedales pueden presentarse como bosques, praderas, pastizales o pajonales inundables, sabanas de palmeras que se anegan estacionalmente, lagunas someras con aguas dulces salobres o saladas, turberas, salinas, costas de playas entre otros. Apelativos locales como esteros, bañados, vegas, mallines, guajosales, malezales, cataysales, verdolagales, son abrazados por el término humedal, que los nombra, los define y los diferencia de los ecosistemas terrestres y de los acuáticos. Estos ambientes pueden ser sumamente pequeños, aislados en un paisaje terrestre como en el caso de los mallines patagónicos o pueden aparecer como verdaderos paisajes de humedales en el caso del valle del río Paraná y su delta, entre otros, donde se conforman verdaderos mosaicos de estos ecosistemas (Figura 1).


Figura 1 (izquierda). Paisajes de humedales. Imágenes Sentinel-2 L2A. Falso color infrarrojo (combinación rojo: infrarrojo cercano, verde: rojo visible, azul: verde visible). Arriba, izquierda: Paisaje de mosaico de humedales en el valle del río Paraná frente a Villa Hernandarias (Entre Ríos). Fecha: 16 abril 2022. En rojo brillante se ven bosques y plantaciones forestales, en el centro de las islas tonos grises pajonales de paja brava y en celeste las aguas. Abajo, izquierda: paisaje terrestre con humedales en la meseta santacruceña, al norte del río Santa Cruz (Santa Cruz). Fecha: 7 abril 2022. En tonos verdosos claros y oscuros se observa la estepa arbustiva, en tonos blanquecinos salinas y oscuros violáceos lagunas someras, en rojo vegas con vegetación hidrófita. Fuente »
Figura 2 (derecha). Cuencas y límites de la Ciudad de Buenos Aires. Fuente GCABA »

Contrariamente a lo que se piensa, los humedales están entre los ecosistemas que mayor cantidad de funciones socioecosistémicas pueden brindar. Entre las principales están, dependiendo de cada tipo particular de humedal, el almacenaje de agua, la carga y descarga de acuíferos, la captura de carbono atmosférico, la purificación de las aguas, regulación de inundaciones, protección de costas, la oferta de forraje para las actividades ganaderas y, entre otras, la oferta de hábitat para biodiversidad, no sólo de la que vive en el propio humedal sino también de infinidad de especies que lo requieren para alimentarse, disponer de agua o reproducirse. A las mencionadas se suman otro tipo de funciones (recreativas, culturales, educacionales), que surgen a partir de la resignificación que realiza la población sobre estos ecosistemas. 

La estrecha relación entre las funciones de los humedales con el régimen hidrológico pone de manifiesto su sensibilidad frente al calentamiento global y el consecuente cambio climático (Taillardat, 2020). En su informe acerca de la perspectiva mundial sobre los humedales, la Comisión Ramsar, en su edición especial 2021, señala que la extensión de humedales a escala global se estima alrededor de 1550 millones de hectáreas, y que su superficie continúa disminuyendo de manera alarmante. Los modos de producción y uso de la tierra son las principales causas de la degradación y pérdida de los humedales. Actividades como la agricultura industrial implican la intensificación y el avance en grandes superficies con cambios de coberturas; la megaminería y, en el ámbito urbano y periurbano, los desarrollos inmobiliarios, se encuentran entre los principales responsables (Astelarra et al, 2017; Pintos, 2020; Svampa y Viale, 2017). 

La importancia que han tenido los humedales y sus funciones para el desarrollo urbano se refleja en que la gran mayoría de ciudades conocidas se han desarrollado justamente a la vera de estos ecosistemas o sobre ellos. Nueva Orleans, Nueva York, Ciudad de México, Ámsterdam, Berlín, Bruselas, son solo algunos ejemplos en distintos continentes. Sin embargo, de manera contradictoria, en lugar de honrar sus favores, las ciudades han ido borrando sus rastros durante su expansión. 

En el caso de la Ciudad de Buenos Aires, desde su fundación a la vera de las costas del Río de la Plata, fue progresivamente entubando sus arroyos (Vega, Maldonado, Medrano, Cildáñez, Riachuelo y demás arroyos menores) y sepultando de esta manera sus valles, que no eran otra cosa que paisajes de humedal (Figura 2).


Figura 3. Paisajes asociados al AMBA. Imagen Sentinel-2 13, enero 2022. Izquierda: color real. Derecha: imágenes realzadas en combinación infrarroja. A. CABA, en rojo se observa sobre la costa la reserva Costanera Sur y mucho más pequeña la de Ciudad Universitaria. En la matriz urbana en rojo se marcan los parques y plazas. B. Islas del Bajo Delta del Río Paraná, un mosaico de ambientes de humedal. C. Sector de la matriz agrícolo-ganadera al norte de la localidad de Lobos. En rojo se observan los campos cultivados pero también sectores de cañadas y, como puntos distribuidos en tonos verdosos, se observan bajos inundables (cubetas).

Aun así, en una ciudad donde la urbanización abarca casi la totalidad del territorio, todavía quedan parches de humedales. El sitio más conocido es la Reserva Ecológica Costanera Sur, emplazada en el barrio de Puerto Madero, muy cercano al centro porteño (Figura 3a). Tiene 353 hectáreas, y está constituida a partir del depósito de escombros provenientes de las demoliciones de edificios realizadas para la construcción de la Autopista 25 de mayo durante la última dictadura militar. Allí el río se encargó de establecer su acervo de naturaleza fluvial y hoy cuenta con un mosaico de humedales y ambientes terrestres, solaz para los amantes de la observación de aves y de las caminatas en un entorno de naturaleza.[4] En la zona norte de la Ciudad se encuentra otra área con humedales cuyo origen primario también es artificial (producto de la acumulación de escombros), la Reserva Ecológica Ciudad Universitaria-Costanera Norte (20 hectáreas).[5] Con escasa señalización e infraestructura para los visitantes, es mucho menos conocida que la anterior. Hacia el interior, siguiendo el curso del Riachuelo en Villa Soldati encontramos la Reserva Ecológica Lago Lugano, que expone un gran cuerpo de aguas abiertas confinado entre las villas deportivas y complejos habitacionales. En este caso también se trata de un reservorio de agua construido, más que un relicto conservado de humedales pretéritos.

Las tres reservas de la CABA que albergan humedales, suman 409 hectáreas (2% de la ciudad). Nuevamente, estos ecosistemas resultan sobrevivientes marginales (en Lugano), o visitantes inesperados (en reservas costeras), que más que parte de una planificación urbana resultan resistencias de naturaleza agazapada en el cemento. 

Por otro lado, en el conurbano bonaerense aún quedan sitios donde se encuentran áreas de humedales sin estar dentro de una reserva. Son los casos, por ejemplo, de Ciudad Evita, Gregorio de Lafèrrere y Ezeiza, en las inmediaciones del río Matanza, dentro de la cuenca Matanza-Riachuelo. Algo similar ocurre en la cuenca del río Reconquista, principalmente en las inmediaciones del río homónimo. Sin embargo, lejos de ser espacios planificados y valorados por su naturaleza o sus funciones socioecosistémicas, resultan relictos bajo riesgo constante. Así, los humedales están sujetos a la degradación como sumideros de residuos sólidos urbanos o efluentes no declarados. En la búsqueda de resolver sus carencias habitacionales, los humedales son ocupados por habitantes marginados, conformando barrios expuestos a los riesgos siempre presentes de inundaciones, cuando no de situaciones ambientales de degradación y contaminación. A su vez, el desarrollo de proyectos inmobiliarios privados, principalmente barrios cerrados o countries, destinados en general a clientes de una clase media en busca de espacios abiertos, avanza sobre las tierras altas más productivas del país (en términos agrícolas) pero también sobre los humedales, aprovechando los bajos precios de las tierras en estos por su cualidad de inundables (Figura 4). La falta de valoración de los humedales emerge también de la mano de los proyectos habitacionales estatales (el PROCREAR de La Matanza es un ejemplo), que con la misma lógica de los emprendimientos privados resultan una amenaza para lo poco que queda de estos ecosistemas en las áreas urbanas. La ciudad se comporta como una devoradora desordenada de espacios.


Figura 4. Barrio San Sebastián, emplazado dentro de la planicie de inundación del río Luján en Pilar, 2006. Fuente »

Más allá, a las puertas de la gran ciudad, se encuentran las islas del Delta, un enorme mosaico de humedales que recibe a los visitantes de fin de semana y los turistas en busca de otro mundo, donde las calles son agua, las veredas bosques y las casas salpican una continuidad sin verjas (Figura 3b).  Las reglas y códigos de convivencia y, sobre todo, el tiempo, cambian allí en una civilización distinta. El Delta pareciera invitarnos a un vínculo humanidad-naturaleza más ecuánime, menos distante, quizás ecocéntrico. Sin embargo, las visiones urbanísticas hegemónicas vinculadas a un mercado inmobiliario, que ofertan naturaleza a quien la pueda pagar, continúa siendo una sombra sobre las islas. La misma suerte corren los magros enclaves verdes, rebeldes, en la costa de la zona norte de la ciudad de Buenos Aires y el corredor costero entre esta ciudad y La Plata, conformado por un mosaico de bañados y bosques, humedales a la vera del gran río. Puertas atrás la ciudad se enmarca en plena pampa agrícola, un mosaico de tierras de cultivo y humedales invisibilizados representados por infinidad de cañadas, cubetas y lagunas (Figura 3c).

La Ley de humedales para la conservación y uso sostenible de los humedales es una ley de presupuestos mínimos. Este es un instrumento previsto en la Ley general del ambiente (Ley Nº 25675), que tendría como objetivo principal, como su nombre lo indica, garantizar al estado nacional y a los estados provinciales fondos mínimos y una serie de criterios de base que permitan gestionar estos ecosistemas para su conservación y uso sostenible. Sin embargo, esta ley no es una tabla de salvación única, teniendo en cuenta que existe una vasta legislación en nuestro país que incumbe a los temas socioambientales y que generalmente no es cumplida. 

En este contexto y pensando específicamente en la situación de los humedales en los contextos urbanos, resultan de enorme valor la reciente promulgación de leyes que, aunque no apelan específicamente al tema humedal, son fundamentales para abordar las problemáticas y la conflictividad ambiental en las cuales los humedales son frecuentemente actores de primera línea. Nos referimos a la Ley Nº 27592 o Ley Yolanda, que tiene como objetivo garantizar la formación integral en ambiente para las personas que se desempeñan en la función pública. También, la Ley Nº 27566, que ratifica el acuerdo Escazú, con el objeto de garantizar la implementación plena y efectiva en América Latina y el Caribe de los derechos de acceso a la información ambiental, participación pública en los procesos de toma de decisiones ambientales y acceso a la justicia en asuntos ambientales, así como la creación y el fortalecimiento de las capacidades y la cooperación, contribuyendo a la protección del derecho de cada persona, de las generaciones presentes y futuras, a vivir en un medio ambiente sano y al desarrollo sostenible. Y por último, la Ley Nº 27621, de Educación Ambiental Integral, que busca establecer una política pública ligada a la educación ambiental, y que tiene como principal instrumento a la Estrategia Nacional de Educación Ambiental Integral). 

Probablemente, el real desafío en cuanto a los humedales en la actualidad es pensarlos de manera integral en cuanto a la problemática ambiental del territorio, y no como “ecosistemas” particulares a conservar. Desde el punto de vista urbano, hay un largo camino por transitar y que de manera ineludible interpela a la manera en que conceptualizamos nuestro vínculo con la naturaleza que nos circunda, a nuestros códigos de solidaridad y de ética socioambiental y a la percepción de los paisajes dentro y fuera de los límites de la ciudad en términos de las funciones ecosistémicas que nuestros modos de vida ponen en riego. 

Referencias

  • Astelarra, S., de la Cal, V. y Domínguez, D. (2017). Conflictos en los Sitios Ramsar de Argentina: aportes para una ecología política de los humedales. Letras Verdes. Revista Latinoamericana de Estudios Socioambientales, 22, pp. 228-247.  
  • Kandus, P., Morandeira, N. y Minotti, P. (2020) El Delta en llamas. Tecnología Sur Sur.
  • Pintos, P. (2020). De naturaleza anhelada a urbanismo distópico. Régimen urbano, extractivismo inmobiliario y conflictividad ambiental en la cuenca baja del río Luján (Buenos Aires, Argentina). Revista Medio Ambiente y Urbanización, 92(1), pp. 113-132. Buenos Aires: IIED-AL. 
  • Romanazzi, P. (2011). Caracterización y tratamiento de la inundación urbana: el caso de la cuenca del arroyo del Gato en el partido de La Plata. En: Evaluación de la Infraestructura Social Básica de la Provincia de Buenos Aires, pp 438-455. UNLP   
  • Svampa, M. y Viale, E. (2017). Continuidad y radicalización del neoextractivismo en Argentina. Perfiles Económicos, 3, pp. 87-97. Escuela de Ingeniería Comercial, Universidad de Valparaíso. 
  • Taillardat, P., Thompson, B. S., Garneau, M., Trottier, K. y Friess, D. A. (2020). Climate change mitigation potential of wetlands and the cost-effectiveness of their restoration. Interface Focus, 10. The Royal Society Publishing.

[1] Población Urbana en Argentina. Dirección Nacional de Población.

[2] Datos jurisdiccionales del Censo 2010 argentina.gob.ar 

[3] Ver definición de humedales acordada en el marco del Inventario Nacional de Humedales MAyDS, 2016. 

[4] Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires »

[5] Más información en recucn.com.ar