El derecho a la ciudad y "lo político" de la vivienda

Pablo Sztulwark

viernes, 6 de octubre de 2017  |   

Sabemos que el significado de las palabras está abierto y en constante mutación. Es por eso que todo el tiempo estamos revisando, repensando cómo las usamos y en qué sentido.

La palabra vivienda se nos asocia casi automáticamente a la palabra casa, dando por cierto que es la casa el lugar en el que se vive.
Pero nuestra vida, ¿transcurre solamente en nuestra casa? ¿No salimos a la calle, no viajamos, vamos al cine, al club, al gimnasio, a trabajar o a estudiar, a tomar un café a encontrarnos con alguien? ¿No nos encontramos casualmente con alguien? ¿No estamos sujetos a situaciones imprevistas? 

No es esto un mero juego de palabras, es un recordatorio de una relación indivisible que contiene la palabra. Para pensar lo privado de la casa, lo público no es algo que hay que tener en cuenta, sino que es la condición misma de lo privado.

Vivienda es el lugar en el que se vive y tiene incluida desde mi punto de vista la casa y la ciudad, público y privado no como mera conexión sino como un  sinnúmero de relaciones que las hacen interdependientes. La calidad del espacio público no depende solamente de su configuración sino especialmente de la calidad del espacio privado.

© Martín del VallePero pensar la ciudad y la casa, consiste en pensar cómo una formación social ocupa un territorio y lo constituye en lugar, y ese pensamiento no puede ser abordado solamente como una “ciencia de la ocupación”. Pensarlo implica el esfuerzo de alejarse de la distancia que separa sujeto de objeto en aras de la objetividad científica, y tratar de ver a la ciudad no solo como objeto de estudio, sino también como fuente de conocimiento y como devenir, como un continuo en permanente movimiento y transformación.

Vista así la ciudad, la vivienda no sería meramente el lugar que alberga la vida, sino más bien al revés, deberíamos percibir a la vida haciendo la ciudad, construyendo su materialidad.

Pensar la vivienda es pensar en los modos de la vida, y cuando digo modos los quisiera diferenciar de las formas que adopta, formas que pueden ser clasificables como “nuevos modos de habitar”. Más bien me estoy refiriendo a otros registros de la vitalidad humana, urbana. Los hábitos y las tradiciones, las formas de la sociabilidad, los modos de conectividad, los modos de hablar, los lenguajes, las formas de conocimiento, los modos del consumo, las formas del erotismo, los modos de percepción, las afectividades, la sensibilidad, y así sin fin. Son modos de estar en el mundo y constituyen lo que podemos denominar un régimen de sentido, que está en devenir, que se está haciendo todo el tiempo. Este régimen de sentido está constituido de infinitas fuerzas que van constituyendo un campo de disputa. Es que la cultura es el campo de batalla por el sentido, y en nuestro quehacer es lucha que construye su propia materialidad. La ciudad es cultura materializada.

Esto constituye la dimensión política de la vivienda, de la casa y lo público. Si a La Política podemos verla como la asignación de recursos y su gestión, o como el control del flujo mercantil y del marketing urbano al que está sometido grandes porciones de la construcción de viviendas, o a los modos de cooperación que producen otras formas de la ciudad, Lo Político de la vivienda consiste, en pensar, percibir esa modulación, esa vitalidad que la vida social va marcando en cada punto, en cada lugar.

Vista así la ciudad, la vivienda no sería meramente el lugar que alberga la vida, sino más bien al revés, deberíamos percibir a la vida haciendo la ciudad, construyendo su materialidad.

Quizá un pequeño ejemplo sirva para visualizar los modos del devenir urbano. La palabra inseguridad, como decíamos al comenzar, es significante abierto y de múltiples interpretaciones, por eso un uso sesgado de esa palabra deviene en materialidades urbanas que ponen en juego hábitos y tradiciones, modos de lo urbano, etc.

La tradición urbana de BA es la calle, la calle con las puertas, los halls, los quioscos, las ventanas, los bares, etc.; los árboles, los balcones, la sombra y la lluvia y el viento, los modos de vida urbana que se despliegan allí. Sin embargo una idea sesgada de la inseguridad va transformando la calle en paredones y rejas en vez de vidriera y ventanas, casillas de seguridad en vez de puertas, espacio hostil en lugar de espacio urbano. Podremos discutir, al pensar la ciudad, en la pertinencia de alturas, densidades, usos, etc., pero si esa discusión deja afuera la dimensión de Lo Político, entonces en vez de pensar la ciudad seremos pensados por ella.

Cuando la ciudad no es una casa y cuando una casa no provee los insumos para la sociabilidad colectiva, la ciudad se segmenta y la vivienda se constituye en gueto, y no hay mucha diferencia entre guetos pobres y ricos, son finalmente guetos.

Vista de esta manera, el derecho a la vivienda no se diferencia del derecho a la ciudad.   


Fotografía: Martín del Valle - Instagram