Transferencias por un pensar técnico*

Juan Herreros

viernes, 14 de diciembre de 2018  |   

Incluir nuevas técnicas en la arquitectura mediante transferencias con otros campos o saberes.

Este es un texto sobre técnicas, voz que según el diccionario se refiere literalmente al “conjunto de procedimientos de los que se sirve una ciencia o arte”. Más allá de la simplificación que asocia las técnicas sólo a los recursos positivos directamente implicados en la idea de construir lo proyectado, extender la definición enunciada a cada fase de la práctica arquitectónica puede abrir una manera pertinente de revisar nuestra posición en tanto que arquitectos en el mundo actual. Así, si habláramos de Técnicas de Pensamiento y Técnicas de Proyecto e incluso de Técnicas de Uso como lo hacemos de las Técnicas de Construcción, estaríamos expandiendo los límites del proyecto más allá de la idea elemental de construir edificios, permitiéndole encontrar un lugar en el mundo, y no sólo en el entorno endogámico de su disciplina. Por eso, para expandir esos límites, el texto se titula transferencias, porque pretende explorar las razones para mirar en otros lugares, atender a otros sectores -especialidades, épocas, entornos…- a la hora de obtener datos -referencias, inspiración, léxicos, imágenes, modelos- con los que operar. La filosofía, el arte de su tiempo y la ciencia en desarrollo han sido vitales desde siempre para la arquitectura y nada nuevo estaríamos descubriendo con esta observación. Pero hay una transferencia nueva que poco tiene que ver con la transposición mimética o metafórica de las ideas filosóficas, las referencias literarias, las formas de la escultura o los métodos científicos y que resulta no sólo pertinente, sino quizás urgente en este momento: hacerse eco de las inquietudes colectivas que atraviesan el  presente. Esta dimensión social es la que puede introducir un nuevo factor, que llamaremos de servicio, que haga oportuna y necesaria a la arquitectura y reconduzca la puesta a punto del nuevo repertorio instrumental, servido por las revoluciones en curso ante nuestros ojos y cuantos fenómenos asociados a la transformación del mundo podamos identificar.

Si coincidimos en que la arquitectura reciente, aún siendo un fenómeno de gran calado mediático, ha perdido posiciones tanto en lo que se refiere a su capacidad para hacer el mundo más habitable como para participar de la construcción y evolución de aquello que llamamos cultura, es fácil deducir que dimensión social, oportunidad y nuevo repertorio instrumental son elementos básicos que deben guiar la implicación de la arquitectura con el presente y el futuro inmediatos.

La técnica aparece ante nosotros como un poderoso instrumento de anclaje de las ideas a su tiempo. La dificultad está en identificar precisamente qué es lo que puede interesarle a la arquitectura del presente, convulso y contradictorio, o, dicho de otro modo, cómo utilizar en su favor ciertos ingredientes que, aunque abrumadoramente visibles, no han sido suficientemente codificados para trabajar con ellos de una manera positiva. Nos referimos a fenómenos como la revolución geométrica derivada de las nuevas tecnologías; los cambios inducidos por la omnipresencia de las telecomunicaciones; la creciente movilidad de las personas y las cosas; la globalización de los usos, el consumo y la cultura; y la dimensión desbordante de la explosión demográfica, la emigración, las catástrofes naturales o los asuntos medioambientales.

Asociamos técnicas de pensamiento al intento de establecer las conexiones necesarias para explorar positivamente el presente. Con ello, sugerimos la idea de que, frente a la interpretación de la arquitectura como una disciplina de trabajo técnico, podría proponerse el recurso de pensar técnico. Asociamos el concepto pensar técnico a la reflexión sobre los procedimientos de producción de las cosas como consecuencia de la intervención de protocolos preestablecidos en forma de reglas, leyes o sistemas de ecuaciones. Haciendo esta lista extensiva a las ideas, pensar técnico supone investigar cómo éstas pueden ser identificadas, elaboradas, aplicadas y revisadas de manera que tal proceso pueda entenderse tan técnico como lo es su puesta en realidad -su construcción- y por supuesto, su uso en el tiempo. Traer al mundo de las ideas el interés por sus procesos de producción no es otra cosa que la puesta en práctica de lo que denominamos actitud pragmática. Si inventar conceptos sería según Deleuze y Guattari[1] la gran tarea del pensador contemporáneo y obtener instrumentos con los que negociar un entorno imperfecto -lo que denominamos contingencia- la propuesta implícita de Richard Rorty[2], podríamos concluir que el establecimiento y ensayo de tales protocolos sería precisamente la acción, hablamos ahora de las técnicas de proyecto, más específica del arquitecto contemporáneo que quiere, como el filósofo deleuziano, “ser el amigo del hombre”. Quizás por ello, la primera llamada de atención hoy debería ser contra la incongruencia implícita entre el uso de unos recursos geométricos y figurativos de origen digital y una puesta en obra que sigue siendo básicamente mecánica. Nos referimos ahora, es obvio, a las técnicas de construcción, que encontrarán su pertinencia en el establecimiento de sistemas -de nuevo un conjunto de reglas para tomar decisiones con el que abolir el detalle constructivo como el fetiche más perverso del arquitecto nostálgico- cuyo principal objetivo será la eliminación de lo superfluo a favor de la simplicidad, la inmediatez y la universalidad de las  soluciones,  pues sólo así cada obra formará parte de una investigación planetaria transferible y contribuirá a la construcción del patrimonio constructivo de nuestro tiempo, como si del establecimiento de un nuevo léxico se tratara.

Pero estos protocolos -de proyecto y construcción- deben ser abiertos, la incertidumbre nos obliga a ello, y por eso a nuestra lista debemos añadir las técnicas de uso. El futuro, desconocido, forma parte esencial de nuestro trabajo y debe ser introducido en el proyecto como una variable más, de la manera más pragmática que podamos concebir a pesar del conocimiento nebuloso sobre su devenir. Ello supone entender que el tiempo es ahora un material de proyecto y el tiempo futuro su versión más compleja. Lo que en los años sesenta se interpretó como un llamamiento a la flexibilidad (concepto que  se revive sistemáticamente de manera nostálgica y moralista: “si es flexible es mejor”), precisa hoy de redefinición total pues no se trata de hacer posible lo ya conocido -una familia que aumenta, una distribución de oficina que cambia, un edificio que se amplía…- sino lo absolutamente impredecible. Al igual que al referirnos al abuso de la libertad geométrica servida por la revolución informática en el caso del proyecto, aquí el error está en suponer que tal impredecibilidad abre las puertas a la celebración del caos disfrazada de la responsabilidad que supone controlar lo incontrolable y que ha generado en las últimas décadas sucesivas oleadas de excesos -económicos, energéticos, materiales…- que han estimulado lo que podríamos llamar una libertad insostenible.

Podríamos concluir esta primera parte enunciando que ya se trate de inventar conceptos, proyectar, construir o usar en el tiempo, el principal enemigo de la posición pragmática es  cualquier forma de fascinación por la complejidad desbordante. Si la atracción irresistible por la máquina y la producción en serie fue el sello de las vanguardias europeas, una sublimación semejante hoy ante cualquier aspecto tecnológico-científico sería el ingrediente más contrario a la contemporaneidad, el más moderno, el más nostálgico. Ya lo vimos en los contenidos más figurativos de la corriente High-Tech (que no sólo fue británica, tan comprensible, sino también europea y americana con un éxito ridículo por descontextualizado en Latinoamérica), en el ala despilfarradora de la producción deconstructivista y, para no situarse exclusivamente en un lado de la corriente, en el derroche simétrico (ahora para mantenerse inmóvil, resistente) igualmente nostálgico y agobiante de los radicales de la cruzada minimalista por la contención, esa densidad agotadora y represiva tan frustrante disfrazada de herencia y deseo de una modernidad que huye desbocada hacia delante. Pero sobre todo, podemos apreciarlo en nuestras escuelas de arquitectura y en la proliferación de una arbitrariedad seudocientí?ca que está lastrando las verdaderas posibilidades del proyecto como investigación especialmente si se trata de dar entrada en él a los fenómenos inestables o la inducción de un compromiso contra la indiferencia.

El rechazo a lo superfluo y su sustitución por la simplicidad, el proyecto como investigación y la arquitectura como compromiso contra la indiferencia son propuestas más que concretas que merecen un pequeño desarrollo.

Tres propuestas
1. Lo superfluo y la simplicidad
Absurdamente, cuanto más pequeñas, simples, concisas y ligeras son las cosas, cuanto más interés muestran el mercado y los consumidores en eliminar todo dramatismo asociado al uso de los objetos que nos rodean, más sofisticada, complicada e inútil es la arquitectura coetánea. La renuncia a lo superfluo constituye un programa, tan arquitectónico como intelectual, de primera magnitud. Quizás la dificultad está hoy en identificar qué cosa es lo superfluo cuando hemos superado el trauma contra la decoración o entendemos el poder de la forma y la imagen sin los prejuicios de los modernos ni la militancia por el significado de los posmodernos. La simplicidad a la que nos referimos no renuncia a una complejidad interesante pero asocia la intensidad -el más contemporáneo de los esfuerzos y su mejor conquista- al establecimiento de sistemas con los que obtenerla a través de operaciones tan elementales como sea posible.

2. El proyecto como investigación
No podemos seguir llamando investigación al parasitismo depredador sobre léxicos y sistemas de representación ajenos sin devolver a las disciplinas invadidas nada que desde la arquitectura les pueda servir para avanzar. La citada incongruencia pensar digital-construir mecánico otorga a los recursos gráficos un protagonismo que está desviando la pregunta sobre ¿qué investigan o deben investigar realmente los arquitectos? y ¿cómo puede hablarse de investigación desde el proyecto? El establecimiento de los protocolos de trabajo citado en el primer punto se explica ahora claramente: ese es el trabajo de investigación implícito al proyecto y es específico para cada caso. De esta manera, el proyecto se nutre de ingredientes reinterpretados -transferidos- de experiencias anteriores y de otros campos del conocimiento y referencias culturales o visuales y, lo más importante, produce un conocimiento útil para los demás, y por ello podemos calificarlo de científico, cerrando el ciclo de la investigación. Dar entrada a los demás, establecer diálogos entre  las ideas, el mercado, usar los catálogos, etc. es lo que permite describir el proceso de proyecto como un trabajo de investigación e incluirlo en una red superior de experimentos de la que participa  y se nutre una comunidad científica que no sólo aprecia los resultados sino que se interesa también por la lectura de las condiciones iniciales, la elección de los parámetros, el establecimiento del programa de trabajo, la invención de sistemas coherentes, etc. Proyectar es tomar decisiones y constituye sustancialmente un trabajo de síntesis sobre un material existente y una dosis ciertamente pequeña de novedad  en cada caso en contra de la actitud heroica que pretende inventarlo todo desde cero…

3. La arquitectura como compromiso contra la indiferencia
La técnica es aún hoy un patrimonio desigualmente repartido y si la arquitectura tiene mucho de servicio, nuestro empeño en la simplificación o el establecimiento de sistemas universales tiene por objeto asumir una postura responsable para evitar la imposición del más fuerte a cualquier escala  (pueden ustedes poner aquí los binomios global-local, pero también fuerte-débil o grande-pequeño… ingredientes de lo que llamamos realidad ignorable) y fomentar el diálogo, el descubrimiento del otro y la conversación igualitaria y democrática con los mismos recursos y posibilidades para todos los habitantes del planeta. Esa es hoy la técnica  contemporánea  necesaria en cuatro quintas partes del mundo, no la de Catia[3]. Pero esto no es sólo una postura ideológica, tiene que ver también con una sensibilidad nueva aún en formación, otra emoción que no es la del asombro o el espectáculo, sino la de la simplicidad, la baratura, la eficiencia, la intensidad y la universalidad[4]


* Extracto. Leer el texto completo»

[1] “La filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos” (G. Deleuze y F. Guattari, 1991:8). Al escritor W. Gibson pertenece la cita “Inventar palabras, neologismos, es hacer poesía pop”.
[2] “Eludir todo lo que sonase a filosofía como contemplación, como el deseo de ver la vida como algo firme y en su conjunto, a fin de insistir en la pura contingencia de la existencia individual” (Rorty, 1991:46) y más adelante: “El ironista pasa su tiempo preocupado por la posibilidad de haber sido iniciado en la tribu errónea” (ibíd., 93).
[3] N. de la E.: Catia es un sofisticado programa informático originariamente creado para la industria aeroespacial y que Frank O. Gehry utiliza para el modelado en tres dimensiones de sus edificios.
[4] Ábalos, I. y Herreros, J., 2003.

Fotografía de portada Centro de Control. Madrid, España. Estudio Herreros.