El patrimonio en el campo expandido

Luis del Valle

domingo, 29 de marzo de 2020  |   

Parafraseando a Rosalind Krauss en La escultura en el campo expandido[1], podríamos decir hoy que las problemáticas referidas a las cuestiones del patrimonio han ido expandiendo y redefiniendo su campo de acción y revolviéndose críticamente sobre otro campo, el del proyecto. 

En sus formulaciones de hace treinta o cuarenta años atrás la concepción del patrimonio se encontraba mucho más restringida y determinada por una visión eurocéntrica, no solo en sus propósitos, alcances, categorías y objetos de estudio, sino también por una interpretación de lo considerado como cultura: un patrimonio vinculado al despliegue histórico de la cultura europea y consagrado al rescate, conservación y valoración de objetos selectos, obras, piezas o fragmentos singulares caracterizados por una cualidad material y artística determinada por sistemas de legitimación cultural de ese despliegue histórico; la idea de aquello considerado como obra de arte, de lo objetual artistizante, y del profundo sentido de propiedad sobre el universo de la producción material como algo inherente al desarrollo histórico de la ideología burguesa. 

No obstante, en los últimos tiempos se ha ampliado y modificado la concepción de aquello considerado como bien patrimonial, su campo de acción y por ende sus articulaciones con el ámbito del proyecto. Patrimonio ambiental, patrimonio débil o popular, patrimonio intangible, bio-regionalismo, son términos que involucran nuevas visiones y nuevos modos de intervención respecto de lo que debemos considerar como bienes culturales. Del mismo modo, se ha ido transformando y complejizando el sentido de la recuperación, la restauración y la valoración de lo patrimonial en relación a una dimensión histórica o una concepción de lo temporal en las articulaciones entre origen, tiempo histórico y bien material. Lo patrimonial ya no se considera más como el estadio de una recuperación o de la conservación de un original incontaminado sino que está mucho más vinculado a una concepción del cambio histórico en el que el paso del tiempo ha ido agregando o superponiendo distintos sustratos de intervención, de interpretaciones y de experiencias culturales. Tampoco se entiende como la fijación de un determinado momento en tanto celebración de un modelo original sino como el montaje de diferenciales de tiempo que le otorgan una densidad y un espesor histórico y cultural mayor y diverso. Tanto el montaje como la superposición de sustratos se hallan vinculados a una forma de construcción de las identidades que no son fijas sino dinámicas, múltiples y contaminadas. El dar cuenta de esa complejidad y diversidad nos lleva entonces a una tensión que involucra a lo proyectual: cuáles son los límites entre la conservación y la permanencia y evidenciar ese cambio a través del tiempo y la profundidad de la intervención. 

Al mismo tiempo sabemos que toda concepción de lo patrimonial es ineludiblemente una concepción ideológica y política, no existe aquí ninguna neutralidad o dimensión exclusivamente técnica. Aquello considerado como patrimonio es parte de un sistema de legitimación político, social, económico y cultural, y se encuentra atravesado de toda una serie de intereses y de actores muchas veces en pugna. Pensar y actuar en la defensa y la valoración de las distintas componentes de lo que hace al patrimonio interpela a esos sistemas de legitimación, a esos intereses y agentes; lo que vuelve a involucrar a las relaciones entre patrimonio y proyecto: en muchas ocasiones la profesión se ve sometida a una visión especulativa del mercado o de tipo economicista, en desmedro de un compromiso socio-cultural que deben tener tanto disciplina como profesión. 

En esa expansión del campo de lo patrimonial han aparecido nuevas concepciones y áreas de acción que ayudan a construir una interpretación mucho más propia de aquello que consideramos como un bien: el llamado patrimonio débil o popular ha significado todo un cambio respecto de lo legitimado como obra o fenómeno destinatario de una valoración. Implica un posicionamiento político en cuanto a una democratización de aquello que se legitima, a la inclusión de objetos, de piezas, de fragmentos urbanos y de toda producción material y simbólica que proceda de los estamentos de la cultura popular, de una producción que no es la de los objetos singulares, selectos, de una cualidad artística o propios del denominado estatuto de la obra otorgado por los sistemas de legitimación de un cierto sector —de hecho el propio término patrimonio «débil» debiera ser descartado porque es un juicio de valor o de calidad que resulta impropia, o que en todo caso demuestra desde dónde provienen los sistemas de legitimación—. Un patrimonio popular entonces que debe ser comprendido desde una visión antropológica en relación a la valoración de una componente existencial y de la vida social in extenso, en los vínculos construidos entre la existencia del sujeto y la del objeto popular cotidiano, producciones materiales y simbólicas muchas veces dispersas y que requieren otras estrategias y categorías de abordaje. 

La expansión hacia estas otras consideraciones de lo patrimonial en términos de lo popular lleva a su vez a un registro y valoración del patrimonio intangible. Toda producción material posee una dimensión simbólica, pero las concepciones del patrimonio deben dar cuenta de otro tipo de producción de carácter intangible o inmaterial que no se expresan en una concreción física pero que no carecen de una fuerte sustancialidad. Una concepción del valor de los bienes intangibles como parte de un acervo fundamental en la construcción cultural y de las identidades. Las tradiciones orales, los conocimientos que actúan en los bordes de las diferentes formaciones socio-culturales, las expresiones musicales, los lenguajes propios de las comunidades con una  geo-localización cultural particular, los mitos y las prácticas ancestrales vernáculas que no poseen un registro escrito, son algunas de las manifestaciones cargadas de un significativo espesor que debemos asumir sumadas a los reservorios constituidos por objetos de una materialidad selecta y de lo considerado como artístico.

Más allá de los objetos —desde los de uso cotidiano hasta los monumentales—, las nociones de patrimonio se han extendido también a la dimensión del territorio y del ambiente. Siendo necesaria una reformulación de las cuestiones patrimoniales para la construcción de un conjunto de interpretaciones renovadas y propias de los contextos y las culturas latinoamericanas (y no nos estamos refiriendo tan solo al acervo de un pasado lejano o  tradicional sino también al patrimonio de los distintos ciclos modernos en lo local o regional) resulta imprescindible volver la mirada sobre el territorio como lugar de las marcas culturales, de sus mitologías, de las articulaciones entre el ser y el estar o de la integración profunda de la existencia a una condición ambiental y de valoración del paisaje. Esto no supone de ninguna manera la definición de una concepción cerrada, anti-moderna o de un anacronismo acrítico. El patrimonio ambiental requiere de una conducta afectiva, rigurosa y eficiente, en la cual sus estructuras territoriales y de paisaje impelen a concebir, operar y gestionar los territorios en función de un compromiso político, social y de aprovechamiento riguroso de los recursos, evitando las modas o las tendencias hacia una espectacularización banal de lo ambiental-cultural dado por ciertas corrientes homogeneizantes de lo global. Más aún, en ese compromiso, se trata de sostener el interés público y social de una comunidad frente a los embates provenientes de una acción privatista y especulativa en la detención y el aprovechamiento de los recursos ambientales. Lo antrópico-productivo y la presencia de la naturaleza se conjugan en lo ambiental como correlato de los despliegues históricos e ideológicos en cada época y lugar, pero hoy en día debe reforzarse la vocación  de una presencia pública en la conservación y la valoración. El territorio y el paisaje, sus construcciones y su producción material diversa, pueden entenderse como un palimpsesto, una organización en la que se superponen y conviven las marcas de las diferentes agregaciones culturales, materiales, simbólicas y temporales. Como en el caso de los eco-museos, los museos de sitio o los lugares de memoria, que protegen los testimonios de vida de las culturas populares, ancestrales, o de una producción material y simbólica singular. Se trata de recuperar un criterio ambiental unificado que integre sujeto, comunidad y entorno circundante, en una visión más compleja y profunda que la de una consideración meramente esteticista o contemplativa del paisaje, de una concepción pintoresquista o bucólica del mismo. 

Las ideas de ambiente y su conservación como valor patrimonial de una comunidad son superadoras de los postulados de un simple ecologismo natural, el cual  tiende a eludir los conflictos planteados en las relaciones entre naturaleza y sociedad o entre naturaleza y proceso de antropización. El patrimonio ambiental debe velar por una calidad en las relaciones entre sociedad y naturaleza, bregando por la construcción de equilibrios mediante el control, la racionalidad y el rigor respecto de los procesos antrópicos. En tales interacciones entre sociedad, cultura y naturaleza, el resguardo del patrimonio ambiental no debe producir pensamiento y acciones sobre generalidades o bajo las imposiciones de una tendencia a la globalización, sino que debe diferenciar y localizar, actuar cualitativa y particularmente, y reconocer las bio-diversidades con tecnologías, medios e instrumentos especializados.  

El despliegue en este campo expandido de las concepciones patrimoniales nos aleja definitivamente de las visiones tradicionales o convencionales, ya superadas. Y nos enfrenta a los arquitectos y proyectistas a un compromiso mucho mayor respecto de los alcances de la disciplina y de la profesión y de las articulaciones entre proyecto y cultura. El patrimonio deja de ser un ámbito reducido para algunos especialistas o una ocupación destinada a la recuperación y conservación de piezas edilicias o de objetos consagrados, para convertirse en una concepción y en un instrumento crítico que interpela a la totalidad de nuestras ideas y prácticas. 


[1] Rosalind Krauss. «La escultura en el campo expandido». En: La originalidad de las vanguardias y otros mitos modernos. Alianza Editorial, Madrid, 1996.