El nuevo nombre del bien común
Rubén Pesci
Mis prácticas patrimoniales en la escala de la arquitectura han sido escasas, pero muy amplias en la escala urbana o aun territorial. He trabajado en sitios de patrimonio mundial y postulaciones en esa dirección, en Reservas de la Biosfera con núcleos de patrimonio, en grandes proyectos turísticos, incluso en el Plan Nacional Argentino (2004), con énfasis en el patrimonio y el paisaje.
Y aquí es donde aparece la palabra clave, paisaje. Para los expertos en estas materias es ya bastante natural que se manejen las nociones de patrimonio y paisaje con gran proximidad, y la propia UNESCO está trabajando con avances ciertos en la consideración de los «paisajes culturales» como una de las categorías a considerar en la convención mundial del patrimonio. En este sentido, desde hace unos diez años venimos compartiendo investigaciones, proyectos y congresos con el destacado geógrafo español Rafael Mata, quien ha elaborado el concepto de paisaje como «patrimonio de patrimonios». Esto es, que el conjunto de los patrimonios culturales y naturales, tangibles e intangibles, suelen constituir una riqueza de incalculable valor cuando es visto como un paisaje o un sistema de paisajes.
Cierto es que esto no tiene demasiadas experiencias hasta ahora y algunas como la Quebrada de Humahuaca, en Jujuy, han encontrado fuertes dificultades a la hora de la gestión. Nosotros mismos, desde nuestra Fundación CEPA[1], trabajamos entre 2016 y 2018 en la ciudad de La Plata como paisaje cultural, pero no alcanzamos a consagrarla como tal, resultando en cambio una propuesta más clásica, compartida con la Ciudad de Buenos Aires, de un sistema de sitios patrimoniales, fundamentalmente ligados a la modernidad.
¿Por qué esta aparente digresión hacia el paisaje? Porque la ciudad sustentable sería casi lo opuesto a un sitio patrimonial, si por sustentable entendemos medidas esencialmente tecnológicas de ajuste de consumo de energía y de efectos bioclimáticos.
Claro que esa visión de la sustentabilidad es muy importante y debe procurársela. Pero después casi cuarenta años de titubeos sobre la sustentabilidad, hoy se ha avanzado notablemente en su estrecha vinculación con lo verde y lo social; lo verde en el sentido de Lewis Mumford, que decía que la ciudad del futuro tenía que ser de trama verde; y lo social, en términos de lo que sostiene Salvador Rueda en Barcelona: que una ciudad ecológica debe permitir que todos sus habitantes tengan a distancia peatonal, entre quinientos y mil metros como máximo, todos los servicios y equipamientos necesarios.
Esto genera también la crítica al transporte automotor, porque en la visión de Mumford, la recreación y el espacio verde tiene que estar al alcance de todos los ciudadanos de manera peatonal, y en la visión de Rueda, todos los otros servicios también deben ser de alcance peatonal.
En ese sentido, vienen a mi pensamiento dos ejemplos extraordinarios. El primero es la ciudad de Cinque Terre, en el norte de Italia, donde se logró salvar los antiguos pueblos de pescadores, muy compactos y densos, al prohibir el acceso de automóviles —solo se llega en tren y en barco—, y bajando entonces la contaminación y el estrés, haciendo posible vivir en un hábitat de ese volumen de intensidad y compactación, sin los problemas de las grandes urbes. Esto permitió salvar todo el patrimonio: edilicio, urbanístico, ambiental, e incluso la calidad del agua de mar, aplicando un método de salvación del paisaje integral.
El segundo ejemplo es en nuestro país: la ciudad de La Plata fue fundada en 1882, con principios del racionalismo ilustrado y del higienismo; de tal modo que su amplia red de calles y bulevares profusamente arbolados y sus plazas y parques a un máximo de 300 metros de distancia peatonal de cada habitante, constituyeran una trama verde (antes de que se le ocurriera a Mumford) con aportes extraordinarios de aireación, oxigenación, placer visual, oferta de espacios verdes recreativos y públicos, además de agua potable y cloaca en red para todos. Por eso la defendemos como un sitio de patrimonio mundial; quizás en la categoría más apropiada de paisaje cultural urbano —como la mira el propio Francesco Banderín, creador de ese concepto—, puesto que es en esa categoría que patrimonio y sustentabilidad se dan la mano.
Donde el patrimonio, en esta visión de sistema de paisajes, requiere de calidades como ofrece Cinque Terre o La Plata (ejemplos ex profeso diferentes), donde la misma noción de monumento se redefine, ya no es solo un objeto monumental por sus valores históricos y artísticos, sino un sistema monumental por ser un conjunto de patrimonios.
En un mundo consagrado a los sistemas, las redes, la inclusión y la visión holística; la sustentabilidad —ya hoy vista internacionalmente como la forma más directa de describir todas esas virtudes, o como me gusta decir, el nuevo nombre del bien común— genera una calidad integral en las ciudades que las vuelven más bellas y justas. ¿Acaso no es éste uno de los grandes fines de la valoración patrimonial?
[1] Centro de Estudios y Proyectos del Ambiente.