El nuevo nombre del bien común

Rubén Pesci

martes, 31 de marzo de 2020  |   

Mis prácticas patrimoniales en la escala de la arquitectura han sido escasas, pero muy amplias en la escala urbana o aun territorial. He trabajado en sitios de patrimonio mundial y postulaciones en esa dirección, en Reservas de la Biosfera con núcleos de patrimonio, en grandes proyectos turísticos, incluso en el Plan Nacional Argentino (2004), con énfasis en el patrimonio y el paisaje. 

Vista área de la ciudad de La Plata.Y aquí es donde aparece la palabra clave, paisaje. Para los expertos en estas materias es ya bastante natural que se manejen las nociones de patrimonio y paisaje con gran proximidad, y la propia UNESCO está trabajando con avances ciertos en la consideración de los «paisajes culturales» como una de las categorías a considerar en la convención mundial del patrimonio. En este sentido, desde hace unos diez años venimos compartiendo investigaciones, proyectos y congresos con el destacado geógrafo español Rafael Mata, quien ha elaborado el concepto de paisaje como «patrimonio de patrimonios». Esto es, que el conjunto de los patrimonios culturales y naturales, tangibles e intangibles, suelen constituir una riqueza de incalculable valor cuando es visto como un paisaje o un sistema de paisajes. 

Cierto es que esto no tiene demasiadas experiencias hasta ahora y algunas como la Quebrada de Humahuaca, en Jujuy, han encontrado fuertes dificultades a la hora de la gestión. Nosotros mismos, desde nuestra Fundación CEPA[1], trabajamos entre 2016 y 2018 en la ciudad de La Plata como paisaje cultural, pero no alcanzamos a consagrarla como tal, resultando en cambio una propuesta más clásica, compartida con la Ciudad de Buenos Aires, de un sistema de sitios patrimoniales, fundamentalmente ligados a la modernidad.

¿Por qué esta aparente digresión hacia el paisaje? Porque la ciudad sustentable sería casi lo opuesto a un sitio patrimonial, si por sustentable entendemos medidas esencialmente tecnológicas de ajuste de consumo de energía y de efectos bioclimáticos.

Claro que esa visión de la sustentabilidad es muy importante y debe procurársela. Pero después casi cuarenta años de titubeos sobre la sustentabilidad, hoy se ha avanzado notablemente en su estrecha vinculación con lo verde y lo social; lo verde en el sentido de Lewis Mumford, que decía que la ciudad del futuro tenía que ser de trama verde; y lo social, en términos de lo que sostiene Salvador Rueda en Barcelona: que una ciudad ecológica debe permitir que todos sus habitantes tengan a distancia peatonal, entre quinientos y mil metros como máximo, todos los servicios y equipamientos necesarios. 

Localidad de Vernazza, Cinque Terre, desde el aire.Esto genera también la crítica al transporte automotor, porque en la visión de Mumford, la recreación y el espacio verde tiene que estar al alcance de todos los ciudadanos de manera peatonal, y en la visión de Rueda, todos los otros servicios también deben ser de alcance peatonal.

En ese sentido, vienen a mi pensamiento dos ejemplos extraordinarios. El primero es la ciudad de Cinque Terre, en el norte de Italia, donde se logró salvar los antiguos pueblos de pescadores, muy compactos y densos, al prohibir el acceso de automóviles —solo se llega en tren y en barco—, y bajando entonces la contaminación y el estrés, haciendo posible vivir en un hábitat de ese volumen de intensidad y compactación, sin los problemas de las grandes urbes. Esto permitió salvar todo el patrimonio: edilicio, urbanístico, ambiental, e incluso la calidad del agua de mar, aplicando un método de salvación del paisaje integral. 

El segundo ejemplo es en nuestro país: la ciudad de La Plata fue fundada en 1882, con principios del racionalismo ilustrado y del higienismo; de tal modo que su amplia red de calles y bulevares profusamente arbolados y sus plazas y parques a un máximo de 300 metros de distancia peatonal de cada habitante, constituyeran una trama verde (antes de que se le ocurriera a Mumford) con aportes extraordinarios de aireación, oxigenación, placer visual, oferta de espacios verdes recreativos y públicos, además de agua potable y cloaca en red para todos. Por eso la defendemos como un sitio de patrimonio mundial; quizás en la categoría más apropiada de paisaje cultural urbano —como la mira el propio Francesco Banderín, creador de ese concepto—, puesto que es en esa categoría que patrimonio y sustentabilidad se dan la mano.

Donde el patrimonio, en esta visión de sistema de paisajes, requiere de calidades como ofrece Cinque Terre o La Plata (ejemplos ex profeso diferentes), donde la misma noción de monumento se redefine, ya no es solo un objeto monumental por sus valores históricos y artísticos, sino un sistema monumental por ser un conjunto de patrimonios.

En un mundo consagrado a los sistemas, las redes, la inclusión y la visión holística; la sustentabilidad —ya hoy vista internacionalmente como la forma más directa de describir todas esas virtudes, o como me gusta decir, el nuevo nombre del bien común— genera una calidad integral en las ciudades que las vuelven más bellas y justas. ¿Acaso no es éste uno de los grandes fines de la valoración patrimonial? 


[1] Centro de Estudios y Proyectos del Ambiente.