Mundo y casa

Pablo Dreizik

miércoles, 6 de enero de 2021  |   

A propósito de Hannah Arendt, la pequeña felicidad de la casa y la pérdida del espacio público bajo pandemia.


En su libro de 1958 La Condición humana, Arendt presentaba un cuadro descriptivo bajo un tono irónico de un tipo particular de felicidad, referido como la «pequeña felicidad» (petit bonheur) y que habría tenido nacimiento con el auge del modo de vida hogareño promovido por la burguesía durante el siglo XIX: 

«El moderno encanto por las ‘pequeñas cosas’, si bien lo predicó la poesía en casi todos los idiomas europeos al comienzo del siglo XX, ha encontrado su presentación clásica en la petit bonheur de los franceses. Desde la decadencia de, en otro tiempo grande y gloriosa, esfera pública, los franceses se han hecho maestros en el arte de ser felices entre ‘pequeñas cosas’, dentro de sus cuatro paredes, entre arca y cama, mesa y silla, perro, gato y macetas de flores, extendiendo a estas cosas un cuidado y ternura que, en un mundo donde la rápida industrialización elimina constantemente las cosas de ayer para producir objetos de hoy, puede incluso parecer el último rincón del mundo».[1]

En este pasaje, la atmósfera de interioridad de la casa como «último rincón del mundo» es considerada casi de manera kitch o, para usar un término muy utilizado por Arendt, como un cliché, con su propio repertorio de gato, macetas de flores, y «pequeñas cosas». El contexto más general de esta descripción casi fenomenológica de la atmósfera de hogar es la intención de Arendt de poner de relieve el «declive de lo público» en la modernidad, su reflejo en la pérdida de espacios comunes y, también, un subsecuente auge de las representaciones decorativas y acogedoras del hogar. De allí el grado de consideración que Arendt mantiene con la arquitectura como arte, por su profunda vinculación con la construcción del espacio público, afirmando incluso que el retroceso de lo público coincide con la «decadencia de todas las artes públicas, en especial la arquitectura». [2]

El énfasis en lo decorativo y la interioridad pertenece también, en la perspectiva de Arendt, a un marco más general, que corresponde a la oposición entre la esfera de «la administración de la casa» —el oikos de los griegos— y la esfera de la política — la polis. A su vez, el campo semántico que organiza esta oposición oikos-política posee una clara traducción en términos de delegación de tareas según los polos de asignación de tareas al mundo femenino —al oikos— y masculino —la política—. 

Con todo, el énfasis en el pasaje de Arendt citado más arriba pertenece a la noción de felicidad que da la tonalidad fenomenológica a una descripción que de otro modo se mantendría en una esfera estrictamente sociológica. En el pasaje de Arendt la referencia a «la pequeña felicidad», asociada al mundo doméstico decorativo, juega en oposición a un tipo de felicidad eminente y auténtica, la «felicidad pública»[3]. Por cierto, nunca se trata en la explicación arendtiana de una correspondencia entre el espacio doméstico y el espacio pequeño o exiguo por una parte, y «los grandes espacios» y el espacio público, por otra parte. De hecho, el elogio de la tradición alemana de los «grandes espacios» (Grossraum) era absolutamente ajena a Arendt. Más bien, es la ausencia de mundo común, y no la estrechez espacial, lo propio del tono afectivo de la nota de pequeño en la «pequeña felicidad».  

Sin embargo, la pandemia ha, sin duda, hecho retroceder el espacio público y nos ha compelido casi de manera obligatoria a un violento retorno al espacio del hogar, quizás ahora desprendido de la investidura de «ternura» casi kitsch sobre la que ironizaba Arendt y más terriblemente cercana a la idea de refugio o shelter de las situaciones pos-catastróficas. Este regreso violento al hogar nos obliga a pensar con nuevas categorías. Quizás estas no puedan ser encontradas en las grandes tradiciones ni de la arquitectura ni de la filosofía, sino en el arte. La novela El barón rampante de Ítalo Calvino[4] donde el Cosimo va a vivir a la copa de un árbol o la reciente novela de Niccolo Ammanitti Tu y yo[5] en la que el niño Lorenzo recrea en el sótano de su casa en Roma un universo completo, seguramente puedan figurar entre otros muchos artefactos literarios, plásticos y arquitectónicos destinados a ayudarnos a repensar creativamente cómo habitar los nuevos espacios remotos en la crisis sanitaria global. 


[1] Hannah Arendt. La condición humana, trad. Ramón Gil Novales. Barcelona: Paidós, p. 61.
[2] Ibid, p. 50.
[3] Hannah Arendt. Sobre la revolución. Madrid: Alianza Editorial, p. 80.
[4] Ítalo Calvino. El Barón rampante, trad. Esther Benítez. Madrid:  Ciruela.
[5] Niccolò Ammaniti. Tu y yo, trad. Juan Manuel Salmerón.