Argonautas de la resiliencia

Laura Novik

jueves, 7 de enero de 2021  |   

No vamos a ser capaces de pilotar nuestra Nave Espacial Tierra durante mucho tiempo más, a no ser que entendamos que es nuestra única Nave, y que nuestro destino es común. Tenemos que ser todos, o no seremos ninguno.
—Richard Buckminster Fuller

«El mundo entero se está refugiando en su lugar, pero ya no estoy en la Tierra» reza la webpage del proyecto Shelter in Dome (en castellano, «Refugio en la Cúpula»), una misión-desafío de vida, estructurado bajo las reglas de la cuarentena y refugio en el lugar. Mientras la humanidad vivía la irrupción del COVID-19 como un problema, un freno o punto muerto al seguimiento de los proyectos programados, otros usaron la situación como punto de partida para un viaje de exploración sobre el encierro en un hipotético contexto espacial. «¿Podemos usar nuestra imaginación para emerger más fuertes, más resistentes, y crear un futuro más brillante?» Con esta pregunta prospectiva diseñaron una «misión análoga», una situación en la Tierra que reproduce en el cuerpo humano efectos semejantes a los que viven los viajeros espaciales. La NASA está ligada a varias de estas misiones analógicas, un tipo particular de estudio que proporciona datos útiles para preparar a los astronautas en las misiones de larga duración. El Refugio en la Cúpula es un análogo tripulado por Héroe Orestes, el habitante de un módulo habitación geodésico de seis metros de diámetro, con varias estaciones de trabajo e investigación, una estación de cultivo hidropónico, espacios para almacenamiento, cocina equipada con raciones, espacio de vivienda y de recreación. En medio de la pandemia y durante treinta días, el tripulante se aisló y recolectó datos de su propia evolución física, mental y emocional. 

Entre tanto, a medida que los contagios y las muertes se elevaban en número y saltaban fronteras, el mundo experimentó poderosas transformaciones a escala individual y colectiva. Pronto comenzamos a imaginar el día después. La idea de una futura «nueva normalidad» apareció mucho antes de darnos cuenta o de aceptar que nada volverá a la normalidad.

Nave Voadora, de Ernesto Neto. 1999. Tul, tejido y media de poliamida, bolas de poliestireno, cúrcuma y arena. Cortesía del artista y galería Tanya Bonakdar, Nueva York / Los Ángeles.Desde entonces, y durante los sucesivos meses, nuestras ropas, hogares y ciudades se convirtieron en cáscaras con fisuras que remendamos mediante nuevos hábitos de comportamiento, nuevos hábitos vestimentarios y nuevas habitaciones. Nos somos los mismos habitantes desde el COVID-19. Hoy manejamos un compendio de habilidades que podríamos reconocer en los miembros de las tripulaciones de las aventuras espaciales, o las exploraciones a desiertos, cascos polares o selvas tropicales. Los leímos en las novelas, los vimos en el cine, y con asombro descubrimos paralelismos entre las expediciones a entornos extremos y las prácticas de supervivencia y distanciamiento social que estamos experimentando en el cotidiano. Al igual que Héroe Orestes, construimos «refugios en nuestros hogares», con mapas-planos de circulación; zonas de acceso y compuertas de exclusión; rigurosos protocolos de recambio vestimentario; normas de higiene y esterilización; programas de mantenimiento físico y mental. Fuimos dotando al «refugio» con todos los instrumentos y conocimientos. Al fin y al cabo, las expediciones exitosas dependen entre otras cosas, de la autosuficiencia y la tolerancia al aislamiento. 

En este punto, surge un nuevo territorio para explorar a partir de instrumentos proyectuales alternativos como el diseño prospectivo o el diseño especulativo. Un ejemplo fundacional, que se utilizó en el Taller de Prospectiva dictado en la Universidad de San Andrés[1], es el trabajo de investigación que desarrolló en 2016 Lucy McRae. Autodenominada «arquitecta del cuerpo», su cortometraje Instituto del Aislamiento —alineado dentro de las corrientes del diseño ficción— propone la posibilidad de implementar dispositivos arquitectónicos con programas de acondicionamiento y adaptación física, focalizados en los desafíos del aislamiento o la experiencia extrema como estrategia para entrenar la resiliencia humana. Pensados para entrenar a los futuros colonos de Marte, plantea cuestiones que resuenan especialmente ahora, que a nivel global el miedo y agobio dan forma a tensiones sociales. «¿Podríamos diseñar el aislamiento? Si el cuerpo puede resolverse en un ambiente de aislamiento, ¿seríamos más resistentes, más rápidos para adaptarnos y más optimistas cuando enfrentamos los obstáculos de la vida más allá de los límites de la Tierra?» se pregunta McRae. La arquitectura al servicio de la evolución de la biología humana nos provoca con nuevas preguntas.

Durante las últimas semanas supimos que la OMS no cree que la vacuna esté disponible masivamente antes de 2022[2]; y los científicos alertan que esta es la primera gran pandemia de otras que viviremos en los próximos años.[3] Estas perspectivas, sumadas a la crisis social y económica provocada por el virus, confrontan a las disciplinas del proyecto e invitan a cuestionarlo todo, a pensar en nuevos modos de hacer, funcionales a la vida y no al revés. Quizás es un momento para que las disciplinas del proyecto retomen la conciencia social y política que alguna vez tuvieron para crear entornos que nos cobijen y protejan a todos los seres vivos del planeta. La propia organicidad del virus guía el surgimiento de nuevas sensibilidades y nociones sobre la justicia y el equilibrio de los ecosistemas. Desde esta noción, el proyecto Nave, del artista brasilero Ernesto Neto, ofrece una perspectiva que entiende a la naturaleza como motor vital y que proclama la necesidad de reconexión a nivel espiritual. Su obra, en continua evolución, ofrece una visión única sobre el equilibrio universal y la relación desde nuestros cuerpos con el Todo. Nave se manifiesta mediante un tipo de arquitectura orgánica (como el virus que nos amenaza), una membrana que nos transporta al origen textil de la arquitectura[4], y que se expande como un útero para todos los habitantes, «que sugiere una mayor hermandad: el mestizaje total, la cultura humana».

En este punto, posiblemente el mayor temor de nuestra cultura sea no tanto el virus sino la inercia en la que vivimos, y que nos arrastra al borde de la extinción, según alerta el economista Jeremy Rifkin.  Nuevamente Lucy McRae analiza el impulso humano de explorar nuevas fronteras y el miedo a lo desconocido con su «balsa de supervivencia solitaria» . La barca inflable está equipada con una bomba de aire que puede respirar, creando una burbuja alrededor del viajero, abrazándolo con su movimiento de expansión y compresión. Un cascarón orgánico para reconfortar a un único ocupante que se adentra en lo desconocido. Mc Rae nos interpela «¿Te dejas caer por el borde cuando alcanzas el horizonte o te acercas más a la verdad cuando le das la espalda al miedo?» La obra, ideada para la exposición Sentimientos reales, que explora la relación entre las emociones humanas y la tecnología, también nos permite visualizar cómo operamos frente al miedo a lo nuevo. Quizás, desde esta comprensión, nos atreveremos a pensar lo imposible para crear desde el proyecto nuevas posibilidades más que nuevas normalidades. 


[1] La Licenciatura en Diseño de la Universidad de San Andrés incluye el Taller de Prospectiva en el Ciclo de Fundamentos, etapa introductoria de la carrera.
[2] «La OMS modera sus expectativas y cree que la vacuna de la covid-19 no estará disponible masivamente antes de 2022». Diario El País, 9 de septiembre 2020.
[4] Victoria Gil. «Coronavirus l ‘Esta no es la última pandemia’: la advertencia de los científicos ante la ‘tormenta perfecta’ para nuevas enfermedades». BBC News, 9 de junio 2020.
[5] Gottfried Semper. The Four Elements of Architecture and Other Writings. Cambridge, 1989.