Paisaje no es asesoría, es proyecto
Ana García Ricci
Redefinir el rol de los profesionales del Paisaje.
La Licenciatura en Planificación y Diseño del Paisaje es el título de grado que otorga la UBA desde 1993; una carrera joven en nuestra casa de estudio y novedosa desde su origen. Se definió, con algo de visión y un poco de resquemores internos, formar profesionales vinculando la Facultad de Agronomía (FAUBA) y la Facultad de Arquitectura Diseño y Urbanismo (FADU), con la incomodidad propia de dos Facultades gestionando una carrera en común, con todo lo que eso implica.
Así surge este título basado completamente en la interdisciplina. La formación técnica y científica como sostén de la formación proyectual, de planificación y de diseño. Un blend profesional.
Centro de exposiciones. Foto: Fernando Schapochnick »
Este escenario plantea, a mi entender, algo prometedor, ambicioso y muy novedoso para la formación de grado universitaria. Invita a los estudiantes a salirse de los límites de la formación dura y pura de una casa de estudio y fomenta el intercambio, el cruce de saberes, la formación complementaria, la mesa extendida.
Pero todo lo positivo de aquello creo que es lo que nos hace débiles. El «no pertenecer» a ninguna de las dos casas de estudio hizo de Paisaje una carrera huérfana, sin padre ni madre. Sin sentido de pertenencia en ninguna de las dos Facultades. Sin el empuje y sin el entusiasmo del que sí pertenece y fomenta con constancia el desarrollo académico de su gueto. Con nula participación en los espacios de decisión en el ámbito de formación de grado y, en la vida profesional, sin representatividad alguna.
A fuerza de los primeros licenciados, se fueron ganando espacios que hacen que Paisaje sea visible, huérfana pero visible. Así formamos LiPAA (Licenciados de Paisaje Asociados de Argentina) como centralidad desde donde se construye y se tejen lazos con otras instituciones. Logramos matricularnos en el CPAU y ser socios adherentes de SCA, hechos que nos habilitaron a poder ser titulares de concursos de espacio público, rompiendo así la paradoja de la Universidad Pública como formadora de profesionales idóneos para planear los espacios públicos pero inhabilitados a ser parte de la discusión. Definir el rol del profesional del paisaje como proyectista me resulta clave. Paisaje no es una asesoría. El trabajo de los profesionales del paisaje es complementario, necesario y anticipatorio. Es intelectual y ante todo proyectual. El desarrollo de un proyecto de paisaje implica un proceso de diseño complejo y completo que abarca el entendimiento del territorio y sus dinámicas para luego operar comprendiendo el sitio. Entender para operar. El mal ejercicio de sumar la mirada del profesional de paisaje de manera tardía a los proyectos, creyendo que el rol es embellecerlo todo o simplemente tapar lo mal resuelto, es una mirada errónea sobre nuestra profesión. Los paisajistas de fines del 1800 y de principios del 1900 han sido los creadores de los grandes parques urbanos, las calles arboladas y un sinfín de proyectos de menor escala, tanto en nuestra ciudad como en todo el país. Así se construyó sobre la topografía de la ciudad y, omitiendo su paisaje originario, el gran «paisaje cultural» que hace a la identidad de nuestra ciudad hoy en día, pero que refleja una aproximación con menos apego a la flora nativa. Si bien se han introducido en nuestra ciudad numerosas especies desde el norte de nuestro país, se reconoce un manejo de la paleta botánica plagado de exóticas. De ese tiempo a esta parte, la profesión de paisaje estuvo fuera de las mesas académicas. Proyectar el espacio público parecía estar a cargo de otras profesiones que, en el mejor de los casos, con una asesoría eran capaces de resolverlo todo. La Ciudad de Buenos Aires es dueña de un paisaje originario dotado de riqueza: pastizales en sus altos, talares de barranca, albardones y una numerosa extensión de territorio húmedo, inundable, variable e inestable. Debemos definir un cambio de paradigma en cuanto a los espacios públicos y su calidad en términos ecológicos. Sobre los espacios verdes se fomenta constantemente la cantidad, el metraje y la superficie. Cuanto más mejor, parámetro con el cual acuerdo, pero el cambio cualitativo es inminente. No todo el verde es lo mismo, no todo aporta con la misma eficacia. El diseño de la matriz botánica así como de la topografía no puede ser genérico sin situarse en su contexto. Definir con precisión la botánica implica el diseño de comunidades vegetales que suman a la biodiversidad urbana y por consiguiente mejora la calidad de vida de las personas. Pensar en un parque urbano a orillas del Río de la Plata repleto de grama bahiana y robles, creo yo, es una oportunidad perdida. El desafío para nuestra ciudad es encontrar las oportunidades, desde las más mínimas hasta las más complejas, que requieren una mayor gestión. Tanto desarrollar proyectos en las vacancias del tejido, aunque se trate de proyectos efímeros, momentáneos o nómades, como pensar en los sistemas de los grandes parques urbanos. Plantearnos, por qué no, la posibilidad de visualizar nuestros arroyos y convivir con ellos. Generar refugios de biodiversidad urbana. Es momento de proyectar los grandes parques urbanos como lo que son y representan y no como excusa para habilitar otro negocio. Es vital la presencia de jurados de paisaje en los concursos de espacio público así como también en la conformación de las bases. Es clave actualizar la formación de nuestra carrera de grado para formar profesionales capaces de entender la coyuntura actual. Me resulta imposible pensar en un camino resiliente para la Ciudad de Buenos Aires sin sumar al binomio Arquitectura-Urbanismo el término Paisaje. Es momento de correr los egos, de soltar la potestad del espacio público y construir en el trabajo interdisciplinario. Debemos profundizar en el contenido y el aporte. Dejar de entender el paisaje con una mirada superficial y pintoresquista para ampliar la mesa y trabajar en equipo. La salud de nuestra ciudad está en juego. |