Indicadores ambientales para la planificación y gestión de las ciudades

Javier Pisano

jueves, 23 de diciembre de 2021  |   

Instrumentos de normalización disponibles (normas ISO/IRAM).


En la actualidad, todas las políticas públicas urbanas se ven atravesadas por el paradigma de la sustentabilidad, con los matices que determina la ubicación geográfica y las particularidades que establecen cada una de las dimensiones de análisis de cada una de las metrópolis.

Esto puede verificarse en los procesos de formulación de la mayoría de los planes recientes, las normas vigentes en CABA, las recomendaciones de Naciones Unidas, los sistemas de certificación internacionales, y la generación de instrumentos de normalización internacional, como son las normas ISO.

La aplicación de políticas urbanas bajo el paradigma de la sustentabilidad tiende a fortalecer la visión integral en la actuación sobre el territorio; un manejo holístico que no solo refiere a la mejora de la relación del sistema urbano con el subsistema natural.

Claramente la articulación de los grandes temas metropolitanos, la generación de redes entre núcleos urbanos, la compacidad de las urbanizaciones junto a un uso racional del «suelo urbano» o urbanizable, la mejora de los sistemas de movilidad, la eficiencia energética, la convivencia con el soporte territorial en el que se insertan,  la generación de actividades económicas y la instalación de actividades culturales, educativas y sociales para la población residente, junto con una reformulación de los espacios públicos urbanos hacia la escala del peatón y no del vehículo automotor, son el eje en la mayoría de las políticas públicas urbanas, y colaboran en la construcción de resiliencia en las ciudades.

La generación de políticas públicas bajo este paradigma permitiría reducir los impactos de las acciones de urbanización sobre un territorio, produciendo una mayor eficiencia y eficacia en el uso de los recursos disponibles.

Implementar políticas públicas que transformen el modo lineal del «metabolismo» de la ciudades (insumo-consumo-emisiones), en un modo circular donde parte de las «emisiones» se reducen y otras se transforman en insumos de nuevos procesos, es parte de los objetivos, al proyectar políticas de planificación sustentables.

Es importante destacar que todos los indicadores de gestión que se han creado bajo este marco conceptual incorporan esta visión holística del sistema urbano y monitorean variables de cada una de las dimensiones que lo integran.

Un sistema de indicadores posibilita modelizar la realidad según las variables que nos interesan observar particularmente. Es decir, nos permite enfocar las cuestiones más significativas. Un Indicador es una descripción de la realidad, basada en datos confiables, recogidos mediante metodologías válidas y consensuadas. 

Los indicadores pueden ser del tipo cuantitativos o cualitativos; y pueden establecer líneas de base para aspectos de todas las dimensiones de estudio de los procesos urbanos. Pueden, también, escalarse a todos los niveles de actuación sobre el territorio (políticas, planes, programas, proyectos).

Los sistemas de indicadores en el marco de herramientas de normalización
Desde 2009, el CPAU participa de los procesos de normalización en los temas de sustentabilidad que se generan desde IRAM, vinculados con el ejercicio profesional. A partir del segundo semestre del 2016, por pedido del CPAU, el GCBA y otras instituciones, se generó, dependiente del subcomité de Construcción Sostenible, la comisión de Ciudades y Comunidades Sostenibles. Sus integrantes son representantes de instituciones públicas, académicas y gubernamentales, organizaciones no gubernamentales y de profesionales. 

Esta comisión realiza el tratamiento de todas las normas vinculadas a indicadores de sostenibilidad, empezando por la norma ISO 37101, sancionada como IRAM 37119, Términos generales para un sistema de gestión para el desarrollo sostenible, actualmente vigente.

Este año se finalizó el tratamiento de la Norma ISO-IRAM 37120, Ciudades Sostenibles. Indicadores para los servicios urbanos y la calidad de vida, y se enviará a discusión pública próximamente, con el objetivo de que se transforme en norma en el primer cuatrimestre de 2022. 

El plan de trabajos para el año 2022 incluye la norma ISO 37100, de vocabulario, la norma ISO 37122, Indicadores de ciudades inteligentes, y la norma ISO 37123, Indicadores de ciudades resilientes.

Para todas las normas a tratar, la comisión aspira a adaptar su aplicación al medio local como ISO-IRAM, para poder mantener la estructura de origen, y que la norma local pueda ser comparable con la norma internacional que genere los indicadores de otras ciudades del mundo. 


Esquema ilustrativo de la estructura normativa generada por ISO,
incluida dentro del plan de trabajos dentro de la comisión de Ciudades Sostenibles.

La norma ISO 37123, Ciudades y comunidades sostenibles. Indicadores para ciudades resilientes, proporciona un conjunto de indicadores sobre la resiliencia con los que las ciudades pueden medir su situación. Esta norma complementa a los indicadores incluidos en la norma en proceso de sanción y publicación en el ámbito local, ISO-IRAM 37120, Ciudades Sostenibles. Indicadores para los servicios urbanos y la calidad de vida.

Como ilustra el Gráfico, el conjunto normativo se completa con la norma ISO 37122, Indicadores de ciudades inteligentes.

Según publica ISO, la norma ISO 37123 fue desarrollada con la participación de la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR, por sus siglas en inglés) para asegurar que esté alineada con el Marco de Sendai, un acuerdo voluntario de los Estados miembros de la ONU para trabajar en la reducción del riesgo de desastres. También se transforma en un aporte a la campaña mundial de la UNDRR, Ciudades Resilientes.

En su introducción, la norma establece una visión integral del concepto de ciudades resilientes, que genera el marco para la formulación de los indicadores específicos para cada dimensión:

«Una ciudad resiliente es capaz de prepararse, recuperarse y adaptarse a los choques y tensiones. Las ciudades se enfrentan cada vez más a las perturbaciones, incluidos los fenómenos naturales extremos o los provocados por el hombre, que provocan pérdidas de vidas y lesiones, pérdidas materiales, económicas y/o medioambientales. Estos choques pueden incluir, entre otros, inundaciones, terremotos, huracanes, incendios forestales, erupciones volcánicas, pandemias, vertidos químicos y explosiones, terrorismo, cortes de energía, crisis financieras, ciberataques y conflictos. Una ciudad resiliente también es capaz de gestionar y mitigar las tensiones humanas y naturales en curso en una ciudad, relacionadas con la degradación del medio ambiente (por ejemplo, la mala calidad del aire y del agua), la desigualdad social (por ejemplo, la pobreza crónica y la escasez de vivienda) y la inestabilidad económica (por ejemplo, la creciente inflación y el desempleo persistente) que causan impactos negativos persistentes en una ciudad» (ISO, 2019).

La necesaria visión holística a la que induce la problemática ambiental nos invita a trabajar en equipos interdisciplinarios, con mirada multidimensional y con instrumentos que, a partir de los avances en las aplicaciones informáticas, son útiles para las etapas de diagnóstico, planificación y gestión.

Las herramientas de normalización, que en otros órdenes del ejercicio profesional nos establecen parámetros técnicos claros de calidad, construidos a partir del consenso de todos los actores del sector, en el ámbito del urbanismo establecen un menú interesante de sistemas de indicadores y procedimientos para su elaboración que, adecuados a la realidad local, parametrizan aspectos de cada componente del medio.

Este sistema de indicadores, ajustado en aspectos cualitativos y cuantitativos, homologado en su constitución por varias instituciones, con espíritu colaborativo en su sistema de gestión, se transforma en una poderosa herramienta de planificación y gestión de las ciudades. Nos permitiría establecer una línea de base cuali-cuantitativa, con la posibilidad de proponer metas concretas a alcanzar, con políticas públicas y programas de actuación, que, finalmente, permitan fortalecer la robustez de reacción de nuestras ciudades ante impactos negativos de eventos o situaciones que las afectan. 

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