La gestión pública como articuladora entre la identidad y las imágenes del porvenir

Margarita M. Charrière

jueves, 19 de septiembre de 2019  |   

La foto de Buenos Aires es hoy la de una ciudad exitosa si la toma está realizada desde Puerto Madero. Pero del otro lado hay identidades barriales y estructuras que conservan sus atributos originales. Los interrogantes que plantea el urbanismo participativo: ¿Qué prácticas proyectuales y paisajísticas deberían estar incorporadas en la formación profesional para hacer frente a estos desafíos?


Navegar en este tema es adentrarse en aguas profundas. ¿Cómo reconocer valores, escalas, imágenes, proyectos, propuestas con necesidades locales y generales de la ciudad? ¿Quiénes se ocupan, y cómo debieran  articularse para garantizar el bienestar, o más modestamente, una mejor calidad de vida en la ciudad?

Estamos hablando de historia, presente y futuro (el paisaje en constante transformación); de escalas diferentes, del barrio, la ciudad, la región, territorio (sus representaciones, el paisaje y el mapa); de imagen, percepción y proyecto  (identidad e imágenes del porvenir).
Quizás debiéramos empezar por aquellos rasgos estructurales que son su fortaleza y que no lograron destruirse a pesar de los cambios de Códigos, de las crisis económicas, de los nuevos desarrollos, los cambios de paradigmas y muchas cosas más. La estructura de Buenos Aires, sus corredores, sus identidades barriales y su poderosa Área Central constituyen, a nuestro entender, el soporte en el que se sostiene y enriquece su imagen, su estructura territorial y que garantiza su sustentabilidad. Es cierto que las imágenes cambian. Hoy la foto de Buenos Aires es una foto desde el río de Puerto Madero, es marketing, es exitosa, pero atrás vemos una ciudad que conserva sus atributos y que se reconoce por ellos.

Una visión en constante transformación se contrapone a la de «rasgos dominantes», que se consolidan en imagen y valoración por parte de la población y que se transmiten como identitarios de una ciudad. El reconocimiento de los mismos desde una amplia mirada, tiene no sólo que ver con sus características físicas, sus actividades económicas, culturales… sus ruidos y sus olores sino, y fundamentalmente, con la percepción de quienes la habitan, la visitan o la imaginan y en definitiva la «ven».

Por otra parte también se trata de construir una «imagen objetivo» para la ciudad que proyecte futuro para responder a necesidades crecientes. En esa construcción la gestión pública ha ido incorporando en sus definiciones a la población involucrada. En este campo el mayor énfasis ha estado en la escala barrial, donde las afectaciones directas comprenden a vecinos que se identifican con pertenencia a tal o cual barrio y/o defienden algún proyecto originado en el vecindario que los aglutina (vale recordar a los vecinos del lago de Palermo. Y el caso más reciente: los vecinos del Parque de la Estación, un nuevo espacio verde público en las playas ferroviarias de estación Once. Este proyecto fue promovido por los vecinos durante más de 15 años, en los cuales participaron activamente sobre el desarrollo de la iniciativa y lograron institucionalizar una mesa de trabajo conjunta

Quizás sea uno de los temas que más se debiera revisar, tanto en la legislación que determina procedimientos a cumplir, información, audiencias públicas con participación de los vecinos involucrados etc, etc, pero que en la práctica concreta ni han logrado enriquecer las propuestas iniciales, ni se ha garantizado un producto que responda en sus diversas escalas a los objetivos propuestos, siendo cuestionables los resultados obtenidos.


¿Quién es la «población involucrada»? ¿A quiénes corresponde y tienen derecho a demandar nuevas opciones? ¿A quiénes afectan directa o indirectamente las propuestas? ¿Quiénes median en este teatro abierto para dirimir los conflictos? ¿Qué rol juega la opinión de los medios? El urbanismo participativo tiene más de un interrogante a resolver para constituirse en una herramienta válida de construcción de amplios consensos y vía superadora de imágenes preconcebidas.

Preservar, proteger, poner en valor, proyectar nuevos escenarios, debe formar parte no sólo de reconocer en cada escala territorial las condiciones para su tratamiento, sino de cuáles prácticas urbanísticas, proyectuales y paisajísticas debieran estar incorporadas en la formación profesional para hacer frente a estos desafíos como se sugiere en el prólogo.

La Ciudad de Buenos Aires, que cumple el rol de «ciudad central» del Área Metropolitana, no ha cumplido con la actualización del PUA, no cuenta aún con un Modelo Territorial que defina las principales estrategias urbano territoriales, comprendiendo la escala y visión metropolitana e incorporando los mecanismos de gestión que viabilicen sus objetivos.

Hemos avanzado en algunas iniciativas de carácter sectorial sobre temas centrales que deben tratarse en la escala metropolitana (para el saneamiento de cuencas, por ejemplo), sin vincularse a estrategias generales del desarrollo, articulando las mismas en una dimensión regional.

La organización por cuencas, que cuenta con instrumentos de gestión y avances proyectuales y, en algunos casos con financiamiento para obras, resulta prometedora en cuanto a la recuperación e integración de las problemáticas. Estas problemáticas tienen como mapa el territorio metropolitano y el de la construcción de una nueva interpretación sobre los problemas a resolver, los recursos humanos y económicos a comprometer, respondiendo a algunos de los interrogantes planteados.

Pero creemos que el problema mayor es no haber superado, ni técnica ni políticamente, la construcción que aún con deficiencias se ha desarrollado en las escalas de comprensión inmediata (el barrio, el equipamiento de gran dimensión, la autopista) para no sólo imaginar y proponer, sino acordar e incorporar en los diferentes niveles de gestión las principales políticas públicas, que tienen consecuencias directas físicas, sociales y económicas sobre nuestra ciudad.