El paisaje de los valles metropolitanos: notas desde el terreno
Fernando Williams
Las organizaciones sociales y las formas de hacer ciudad en territorios vulnerables.
En el artículo publicado en el número 35 de esta revista propuse introducir la figura del valle para dar entidad a un conjunto de tierras bajas a lo largo de los ríos internos de Buenos Aires. Se trataba de reconocer la naturaleza heterotópica de esas áreas urbanas y explicar la presencia de infraestructuras y equipamientos a escala metropolitana.
Este nuevo número sobre el paisaje representa una oportunidad para ir más allá: no solo dar entidad a estos bajos fondos y entenderlos como oportunidades para repensar la metrópolis, sino también ahondar en las formas en que han sido ocupados y apropiados. Y hacerlo desde la pregunta por el paisaje, un concepto en el que la forma de un territorio —con sus marcas y objetos— queda enlazado a significados que son siempre el producto de consensos. Para ello, y tal como se consignó en aquel artículo, voy a concentrarme en la cuenca del río Reconquista, la segunda en importancia dentro del Área Metropolitana de Buenos Aires y escenario de una grave crisis socio-ambiental.
Para quienes se interesan hoy por el paisaje y se confrontan con la necesidad de reparar en las preexistencias y sus potencialidades, se acepta ya ampliamente la idea de que los ríos y sus terrenos naturales aledaños son capaces de proveer una variedad de beneficios ambientales dentro de las áreas urbanas como la absorción de excedentes de agua o la moderación de la temperatura en un contexto de calentamiento global. Pero aún no resulta tan fácil que sean reconocidos los sentidos de pertenencia que los propios habitantes han tenido la capacidad de construir.
Esto es especialmente cierto para el caso de José León Suárez, en el partido de General San Martín. Su borde norte contra el río Reconquista se fue consolidando durante el último medio siglo con la creación de numerosas villas y asentamientos, muchas de ellas erigidas sobre rellenos informales de tierras inundables. La falta de servicios, equipamiento e infraestructura se agrava con las inundaciones y con la contaminación de arroyos y suelos. A estas condiciones y a la histórica ausencia del Estado, sus habitantes respondieron con solidaridad y asociacionismo: se calcula que entre cooperativas, escuelas, merenderos, radios, bibliotecas, fábricas recuperadas y otras instituciones existen alrededor de cien asociaciones.
Hace poco más de un mes la UNSAM Uuniversidad Nacional de San Martín) declaró al partido de San Martín como «territorio educativo», actualizando así su histórico compromiso con muchas de esas organizaciones sociales. Al evento del lanzamiento fueron invitados muchos de sus miembros y representantes. Desde una mirada atenta a los temas que pone en foco el presente número de Notas CPAU, lo expresado ese día por estas mujeres y hombres reviste un interés especial.
Algunos de ellos reseñaron la historia de sus instituciones, de los progresos y las desilusiones, a caballo de administraciones de distinto signo político. Un tono épico asomaba en estos relatos fundacionales que permitían dimensionar la dosis de solidaridad necesaria para enfrentar tamañas dificultades.
Otros celebraron el hecho de que los habitantes dejaran de ser considerados meros consumidores y pudieran convertirse en productores, especialmente de conocimiento, lo que lleva implícita la posibilidad de articular el saber académico con el saber popular.
Más interesante aún, se destacó que la labor de las organizaciones puede ser entendida como una forma de hacer ciudad. Así, la idea de «tierra de nadie» usada tantas veces desde los medios hegemónicos para referirse a estos territorios, quedaba impugnada, reafirmando su pertenencia a quienes la habitan, la imaginan y la transforman día a día.
Este conjunto de señalamientos, reflejo de una dinámica comunitaria de inusual fecundidad, invitan a repensar la relación entre ciudad y paisaje. Si, tal como acordamos, su existencia parte siempre de un consenso, ¿cómo pensar en el paisaje sin tener en cuenta la densidad de vinculaciones afectivas que los habitantes organizados vienen tejiendo con un territorio de cuya transformación han sido artífices directos, con un territorio por el que han discutido y explorado problemas y conflictos, y por el que han imaginado y consensuado una variedad de soluciones? En las Segundas Jornadas Ríos Urbanos organizadas recientemente por la UNSAM, la UNLP (Universidad Nacional de La Plata) y la UBA, varios participantes coincidieron en ponderar a los imaginarios paisajísticos y a las narrativas construidas colectivamente como imprescindibles para activar y legitimar las transformaciones del paisaje.
Pero los señalamientos de los referentes sociales importan por la posibilidad no sólo de poner en circulación estos imaginarios, sino también de reconocer un conjunto de prácticas que no son otra cosa que un modelo de gestión territorial. Es que en realidad, los habitantes organizados ya vienen lidiando no sólo con problemas sociales, sino también con una serie de condiciones, igual de preocupantes, del propio territorio. De algún modo, el conjunto de esas prácticas conforma un saber que demanda ser reconocido. La pregunta aquí es ¿cómo incorporar la gestión de estos fundadores a la que puede desarrollarse desde entidades técnicas estatales, sin quedarse en la superficialidad de las encuestas o el «diseño participativo»? Más aún, ¿alcanza con un reconocimiento de estas prácticas o es necesario suspender, o acaso deconstruir, un repertorio de prácticas convencionales con los que arquitectos y urbanistas se siguen aproximando a estos híper apropiados valles metropolitanos?