Entre el habitar y el consumo visual

Ramiro Segura

jueves, 19 de septiembre de 2019  |   

La importancia del punto de vista y el poder que atraviesa al concepto de paisaje como artefacto cultural.


La idea de «paisaje urbano» nos coloca frente a un conjunto de dilemas. ¿Cómo y por qué una ciudad —o una parte de ella— se torna paisaje? ¿Para quién es el paisaje construido y qué efectos tiene en la vida urbana? Si la primera pregunta nos remite, contra toda ilusión naturalista, a la idea del paisaje como un artefacto histórico y cultural, la segunda nos recuerda las relaciones de poder que atraviesan la producción de paisajes.

Foto: Gonzalo Viramonte. «El barrio de La Boca, entre el límite y el marketing»Los orígenes del paisaje se remontan a la primera mitad del siglo XV y la invención de la «ventana interior»[1]: en la pintura del interior de un edificio en el que se despliega una escena religiosa, una pequeña ventana delimita hacia afuera un paisaje profano. Bastó con ampliar la ventana a las dimensiones de la tela, borrando las referencias religiosas, para estar ante un paisaje. Las condiciones de posibilidad de esta creciente autonomía del paisaje descansaron en las reglas de la perspectiva artificialis que instauraron una nueva relación entre el sujeto y el mundo representado, creando distancia y separación: el sujeto que pinta (o que mira) está fuera del paisaje.

¿Qué sucede cuando nos desplazamos desde la pintura paisajística hacia los espacios vividos —sean campos, ciudades o barrios— transformados en paisajes? Desde los estudios culturales, Raymond Williams[2] cuestionó el argumento habitual acerca de la «invención» del paisaje inglés en el siglo XVIII sintetizado en la serie: terrateniente-viaje por Europa-paisajismo francés-imitación. Se trató, en cambio, de un movimiento histórico más general en el que se entrelazaron clase social, capital, equipamiento y habilidades para «producir naturaleza» de acuerdo a un punto de vista específico. La clase terrateniente impuso un orden social, económico y físico como parte de la larga historia de separación entre producción y consumo: producción del paisaje rural inglés del cual, paradojalmente, se suprimieron las labores campestres y las personas encargadas de realizarlas. El paisaje, entonces, no como un tipo de naturaleza sino como un tipo de observador que es consciente de que lo está haciendo: observación de «agradables panoramas» como una experiencia en sí misma.

Por su parte, desde la antropología Tim Ingold[3] propuso expandir el sentido de la categoría como modo de relación con el ambiente: paisaje como el persistente registro de las vidas y los trabajos de las múltiples generaciones que lo habitaron. Nos encontramos aquí con el cuestionamiento de la exterioridad del paisaje. Mientras en su acepción de paisaje somos habitantes (inhabitants) que al desplegar nuestras vidas le damos forma, en dispositivos como mapas, gráficos e imágenes (entre ellas, el paisaje pictórico) el ambiente aparece como una realidad independiente de nuestra experiencia en el que seríamos, utilizando un creativo neologismo, exhabitants.

Creo que las tensiones entre ambas posiciones ayudan a comprender la dinámica de la producción de paisaje. Mientras Ingold relativiza la distinción tajante entre insiders y outsiders, entre quienes viven en un lugar y aquellos que, siendo de fuera, lo objetivan como paisaje, Williams resalta la importancia del punto de vista y el poder en la existencia del paisaje: importa quién y en qué condiciones mira. Sabemos del carácter artefactual del paisaje —tenemos los maravillosos trabajos de Graciela Silvestri sobre el Riachuelo y Ana Fabaron sobre La Boca— pero la pregunta que persiste es si se habita un paisaje. O, si se quiere, la pregunta de para quién es el paisaje urbano en un contexto de marketing urbano que, profundizando la tendencia identificada por Williams, produce paisajes para el consumo visual global[4], abstrayendo los lugares concretos donde se despliega la vida urbana. 


[1] Descola, Philippe. Más allá de naturaleza y cultura. Buenos Aires, Amorrurtu, 2012.
[2] Williams, Raymond. El campo y la ciudad. Buenos Aires, Paidós, 2001.
[3] Ingold, Tim. The Perception of the Environment [La percepción del entorno]. New York, Routledge, 2002.
[4] Zukin, Sharon. «Paisagens Urbanas Pós-Modernas: Mapeando cultura e poder» [Paisajes Urbanos Posmodernos: Mapeando cultura y poder]. En Revista do Patrimonio Histórico e Artístico Nacional, N° 24, 1996.