Lo que sucede en las escuelas sucederá en la sociedad
Bárbara Kuss
La Fundación Huerta Niño (FHN) construye huertas en escuelas rurales como una forma de combatir la malnutrición infantil, sembrando a la vez un futuro de mayor conexión con la naturaleza.
La mayor parte de la población vive en centros urbanos y se espera que casi el 70% de la población mundial viva en ciudades para 2050. En la Argentina ese porcentual ya se había superado para 1960 y en la actualidad la población urbana asciende a un 92% del total (de acuerdo con las estimaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL). Esta situación afecta considerablemente a comunidades vulnerables.
A nivel mundial, más de mil millones de niños/as viven en ciudades, de un perfil demográfico diferente, donde puede haber mayores oportunidades de obtención de recursos, innovaciones y diversidad, pero sin embargo están (estamos) expuestos a las adversidades típicas de la concentración de la población: el déficit habitacional, el manejo precario de los residuos y la consiguiente contaminación de los recursos naturales son solo algunos de los problemas ambientales más determinantes. Los suelos de las ciudades a menudo están deteriorados y compactados, lo que perjudica la fertilidad y dificulta la producción. En síntesis, una marcada falta de acceso a la naturaleza que conlleva un alto costo para las sociedades sostenibles.
Estamos moldeados por nuestro entorno y nuestra calidad de vida por la forma en que vivimos, el estar en contacto con la naturaleza nos hace mejorar nuestro bienestar integral. Y esto se debe a nuestra conexión emocional innata con la naturaleza (biofilia, según Edward Wilson). Estamos biológicamente condicionados por la exposición a la naturaleza, y sin esta relación nuestra calidad de vida decrece notablemente. Por el contrario, una conexión habitual puede bajar inmediatamente nuestros niveles de ansiedad y estrés. Esto solo como una pequeña muestra de los beneficios de integrar el mundo natural a los diseños de la arquitectura urbana.
La pandemia nos ha llamado la atención sobre puntos de interés que debemos atender, expresado en nuevas necesidades de la población en cuanto acceso al mundo natural, que se suman a la creciente concientización acerca de lo ligados que estamos con la naturaleza. Debemos dejar de mirar desde afuera y manejar el medioambiente a nuestra conveniencia. Este planteo no es nuevo, Gaudí sostenía que «el arquitecto del futuro se basará en la imitación de la naturaleza, porque es la forma más racional, duradera y económica de todos los métodos». Sin duda, una oportunidad. Estamos dejando pasar una enorme oportunidad en nuestras escuelas, el ente centralizador de las comunidades por excelencia, donde las personas se empoderan de modo colectivo y adquieren capacidades y conocimientos para garantizar el desarrollo armonioso de sus familias. Pero son los niños y niñas (independientemente de donde vivan, aprendan y jueguen) los que deben poder beneficiarse de la naturaleza. Así lo establece el Foro Parques para el Planeta, convocados por el Seminario Global de Salzburgo y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), quienes propusieron una agenda nueva que le dé prioridad a las necesidades que tienen niñas y niños para su salud y desarrollo óptimo: «Las personas de todo el mundo comparten la responsabilidad de crear ciudades habitables que mejoren el bienestar de los niños e integren la naturaleza. Si actuamos juntos y de manera rápida tenemos grandes oportunidades para establecer un nuevo rumbo dentro de las tendencias de urbanización, para crear un futuro saludable para todos los niños y para nuestro planeta. La Fundación Huerta Niño es una organización sin fines de lucro que trabaja hace más de veinte años para aliviar la malnutrición en comunidades de todo el país, mediante la construcción de huertas junto a escuelas y familias en zonas rurales, urbanas y periurbanas. |
Con especial énfasis en la mejora de hábitos, cuidado de los recursos naturales y la construcción natural, cada proyecto promueve la educación de calidad, la protección de la salud de los niños y sus familias y el fortalecimiento de las comunidades que se acompañan. No se trata solamente de construir una huerta en cada escuela, es utilizar la oportunidad de diseñar un sistema para que los niños puedan interpretar, recrear, aprender y conectar con un sistema mayor. Ellos pasan gran parte del tiempo de su vida en etapa escolar fuera de su casa, en la escuela. Por ello les debemos un espacio de experimentación, lúdico, de conexión y regeneración que funcione como una usina de elementos que le permitan tomar oportunidades de futuro y rediseñar el futuro de su propia comunidad. La huerta actúa como aula a cielo abierto, como un espacio inspiracional y de reconexión con la naturaleza; los niños/as y sus docentes logran experimentar actividades que incorporan como capital de aprendizaje, tanto conocimientos en nutrición, salud, bienestar integral, cultivo agroecológico, construcción y diseño, como también habilidades de gestión del tiempo, empatía, respeto y la más importante, saberse parte de la naturaleza. Pero no es lo único. El comedor escolar, donde llega como destino la cosecha del proyecto comunitario, debe resignificarse. Dejar de ser el ámbito de ingesta de alimentos tradicional para revitalizarlo en un espacio de encuentro, diálogo, transmisión de cultura y nutrición de todas las dimensiones posibles. Imaginemos ventanas más grandes, arboles dentro de la escuela y su ciudad, jardines para pies descalzos, bosques nativos, jardín de especias, espejos de agua, paredes tapizadas de plantas, techos verdes, generadores de vida silvestre, senderos y muchas soluciones más. Fundación Huerta Niño coordina las acciones, proporciona los suministros necesarios, entrena, monitorea y acompaña los avances para que posteriormente la comunidad los replique en cada hogar, convirtiéndose en una comunidad resiliente. Naturaleza y desarrollo No podemos renunciar a las ciudades y ni a las escuelas, y con el mismo énfasis tampoco deberíamos renunciar a los espacios naturales. Debemos dejar de asumir los costos de la creciente desconexión con la naturaleza, dejar de conformarnos con la magra sensación de «anticiudad» al realizar excursiones en la montaña o remar en un río. Tenemos que reconvertir nuestros espacios en comunión con la naturaleza: los beneficios son innumerables. Somos naturaleza, y si se nos priva de ella nos sentimos incompletos. Hoy nuestro ambiente nos da menores oportunidades de desarrollo y nos ofrece confusión. ¿Cómo podemos recuperar esta conexión? Integrando la naturaleza en los diseños urbanísticos como condición sine qua non. Manteniéndonos cerca de la naturaleza, sin intentar dominarla y tratando de comprenderla, obtendremos un eficiente cuidado de parte de ella, en una sintonía biológica. Nuestro aporte a las próximas generaciones es dejar de pensar el mundo que le dejaremos para comenzar repensar cual es el ambiente que estamos construyendo para que puedan conectar con él. Fundación Huerta Niño |