Arquetipo artificial
Melisa Brieva
Los arquetipos se han posicionado en la historia de la arquitectura alternativamente en la tipología, en los tipos y en los elementos arquitectónicos. Un arquetipo contemporáneo, por el contrario, se emplaza en las organizaciones arquitectónicas como una manera de problematizar la relación entre lo local y lo global, o entre lo universal y lo particular, en busca de singularidades, ya no contextualistas o específicas, sino operando como fuerzas organizativas con efectos generales.
Esta estrategia no tiene pretensiones de idealidad, auto-confirmación o fundamentalismo, sino que, justamente, son aquellos arquetipos organizativos los que han pervivido a esas dotes debido a su banalidad, sencillez y austeridad. Los peristilos, los podios, así como la cabaña primitiva, el tejido, y hasta los claustros pueden haber caído en desuso, mientras que la centralidad, con su jerarquía organizativa, es una fuerza directamente proporcional a su simplicidad. Sus operaciones son diversas y sus configuraciones innumerables, pero su dominio no es infinito.
La centralidad entendida como arquetipo internaliza las variables culturales y las materializa arquitectónicamente. Este proceso de internalización es particular a cada época y no opera por mímesis, sino mediante la artificialización a través de modelos ficcionales, especulativos y autónomos. Los arquetipos entendidos como elementos, en cambio, están demasiado vinculados al estilo, operando como tipologías al poder y como tipos a la moda. En la escala organizativa, el arquetipo parece enunciar la máxima cínica: libertad, desapego, auto-suficiencia.
Los arquetipos organizativos no buscan desenmascarar supuestas complejidades externas. No son reaccionarios, sino que operan con una radicalidad, una disciplina formal y un rigor operativo que los erige imperturbables, condición por la que paradójicamente son capaces de adaptarse a las circunstancias mediante la indiferencia. Tal desapego no es, por lo tanto, solo una postura negligente ante la exterioridad. Por el contrario, una serie de exigencias máximas se aplican a ellos mismos: apatheia funcional, askesis formalista, ethos pre-discursivo, comportamientos mediante los cuales subvierten y superan las categorías de abstracción y de figuración.
El artificio es entonces el mecanismo por el cual el arquetipo internaliza condiciones culturales y las traspone a modelos arquitectónicos. Es así que el heliocentrismo fue artificializado por la arquitectura gracias al desarrollo de la perspectiva y las proyecciones paralelas, el etnocentrismo mediante el enciclopedismo arquitectónico, y el antropocentrismo tardío mediante la teoría de sistemas y su modalidad operativa contemporánea: la digitalidad.
Puede decirse, en este contexto, que el más pregnante y problemático de los arquetipos organizativos es el de la centralidad, puesto que su carga simbólica es de tal magnitud que puede asimilarse rápidamente con formas de misticismo arquitectónico. En el otro extremo del espectro, la centralidad es de una simplicidad prístina: un interior que diferencia un exterior de un exterior interno (patio central), un interior que separa un exterior de un interior interno (núcleo central), un interior que diferencia un exterior de un espacio interior (planta central). Las variaciones sobre el tema están presentes en las obras más paradigmáticas de la historia de la arquitectura. Su arcaísmo y su contemporaneidad son igualmente radicales, puesto que los arquetipos son anacrónicos y transculturales. La performatividad de su estatuto habla de la manera más explícita sobre el estado de la disciplina arquitectónica en determinado tiempo. El devenir del arquetipo central no solo es una manera de escribir la historia de la arquitectura, sino un modo de organizarla transversalmente: no se trata de los autores ni de las ideologías, sino de las obras que la singularizan.