El futuro de la equidad en las ciudades

Lorena Obiol, Ana Falú

miércoles, 3 de noviembre de 2021  |   

Entrevista a la arquitecta Ana Falú, por Lorena Obiol


¿Cuál es el aporte del urbanismo feminista y transfeminista para la construcción de una ciudad con equidad?
Lo importante para destacar, es que la convivencia en la ciudad es muy distinta para hombres y mujeres. La experiencia de cada uno/a no es ajena a estos espacios en los que vivimos o actuamos. El espacio público y la planificación urbana están pensados en clave androcéntrica, la cual ni siquiera incluye a todos los hombres. Hay varones que están omitidos, ya sea por su raza, por su origen étnico o económico, o su identidad sexual, o por los territorios donde viven. Están invisibilizados, como algunos territorios son invisibilizados en los planos de las ciudades. 
 
¿Entonces, para quiénes está destinado el espacio público?
La ciudad burguesa, liberal, viene siendo pensada en clave masculina, o sea para hombres productivos, blancos, jóvenes y heterosexuales. Las mujeres somos las omitidas en la planificación porque no se incorporan a las mujeres con sus demandas y necesidades, ni relacionada a los roles que la división sexual del trabajo les asigna y ha instalado en la sociedad. Es decir: hombres productivos y mujeres dedicadas al cuidado y la tarea de reproducción social. La evidencia empírica nos dice que las mujeres no solo cuidamos y garantizamos la reproducción social, sino que también producimos y trabajamos. Y, por otro lado, esa reproducción social invisibilizada, devaluada, no valorada, tiene una contribución económica al desarrollo. Entonces, hay una serie de temas imbricados que necesitamos evidenciar para que podamos pensar la ciudad y el espacio público de la ciudad y de los barrios desde hombres y mujeres y diversidades. 
También es importante decir que el espacio público de la ciudad es particularmente relevante para la vida de las mujeres. Y que una mejor y mayor convivencia en las ciudades lleva implícita, por ejemplo, la erradicación de la violencia contra las mujeres. Por ejemplo, conocemos que en algunos días y horarios las mujeres cambian sus recorridos porque temen transitar ciertos espacios públicos, por el temor a las violencias sobre sus cuerpos. Esto implicaría trabajar sobre el conjunto de la sociedad estos temas tan difíciles como las violencias puertas adentro y puertas afuera. 
Estamos hablando de una complejidad analítica, que es la que realmente busca abordar el urbanismo feminista: pensar en la construcción de una ciudad con equidad o con igualdad, que incluya y garantice los derechos de todos y todas, y no solo los de las mujeres. Estamos convencidas que cuando incluimos a las mujeres, incorporando sus diferencias y sus demandas y necesidades, también se hacen visibles a otros sujetos invisibilizados. El feminismo busca la inclusión de todas y todos los sujetos omitidos. No podemos pensar en un feminismo que no integre las desigualdades, que son un tema central en nuestras ciudades y en nuestros territorios. 


Buscando a Ítala. Foto: Josefina de Beauroyre »

¿Cómo desarmar estos privilegios y garantizar, desde las empresas, las instituciones y los gobiernos, que esto suceda?
Me parece que hay grandes debates que vienen dándose hace muchos años, y que ahora están colocados en las agendas de activistas, académicas, de investigación; me refiero al derecho de la ciudad para todos y todas. Desde la disciplina urbanística, arquitectónica, podemos tener incidencia en el diseño de la forma urbana, del territorio construido, de la ciudad consolidada, por ejemplo dónde se localizan los bienes y los servicios urbanos, de cómo se ubican los equipamientos en el espacio público, y cuánto de ese espacio público, que se puede definir por su uso, está pensado en función de esta ciudadanía diversa. Pero obviamente no se reduce solo a lo material, también está la dimensión política. En ese sentido, nos cabe un rol en la planificación urbana, en las políticas territoriales, en el desarrollo de los instrumentos de planificación no solo a nivel urbano, sino también a nivel de la política habitacional, de las normativas para las viviendas. 
Creemos que es necesario revisar desde la inclusión de género todo esto, interpelando la episteme patriarcal que se expresa en las formas urbanas y proyectuales, arquitectónicas, por eso se hace necesario incorporar la dimensión de los derechos y necesidades de las mujeres desde una clave de inclusión feminista. Y, también, quiero agregar que las ciudades no se reducen a lo material y a la gestión de lo político, hay una dimensión simbólica que necesitamos identificar y que tiene que ver con intangibles: los significantes, las subjetividades, las memorias. 
 
¿Qué implica diseñar con perspectiva feminista? 
Para poder realmente profundizar en el derecho a la ciudad para las mujeres hay un atributo central sobre el cual debemos trabajar que es el de la proximidad. Aquel que nos regaló Jane Jacobs a fines de los años sesenta, en defensa de sectores de Nueva York que la utopía de la modernidad quería arrasar; como quiso hacer Le Corbusier, quien tanto aportó a la Arquitectura y el Urbanismo, en algunas propuestas para Buenos Aires que, por suerte, no se ejecutaron. Por supuesto que la modernidad no se pensó en clave de inclusión de las mujeres, sino en clave androcéntrica, o sea del hombre como universal. Es impresionante cómo el Modulor, por ejemplo, está diseñado con una altura de un hombre de 1,82 m, que levanta la mano y toca un cielorraso de 2,40 m; me pregunto si el promedio de los hombres franceses cuando Le Corbusier plantea esta propuesta tenían esa estatura, y ni hablar de las mujeres que, en general, son más bajas que los hombres. Esta es una muestra del pensamiento androcéntrico y no inclusivo. 
No tenemos que perder de vista el atributo de la proximidad y su importancia en la escala del barrio o de la ciudad que queremos más compacta; así lo exige el cambio climático, el gasto energético. Esta condición de la proximidad o la cercanía de servicios, demanda también de la intersección con otras dimensiones necesarias tales como la diversidad, que nos atraviesa a las mujeres —distintos sectores sociales y niveles de educación, diferencias raciales o étnicas, distintas identidades sexuales, diversas capacidades, discapacidades, para mencionar algunas— y cómo esta diversidad de personas y sus condiciones se reflejarán en cómo usan el tiempo y el espacio. Cuando analizamos estas distintas situaciones en el cruce con los territorios, dará diferencias sustantivas. El uso del tiempo es una herramienta muy decisiva, mide desigualdades entre los sexos porque el tiempo es el bien más escaso en la vida de las mujeres. Y sobre esto hay que trabajar cuando pensamos en cualquiera de las escalas territoriales, ya sea la casa, el barrio, la ciudad o las áreas metropolitanas. 
 
¿Cuáles son los roles que van ocupando las mujeres y los que nunca ocupan?
La pregunta que deberíamos hacernos desde la disciplina arquitectónica y urbanística es ¿cuánto y cómo impacta en el diseño, en la Arquitectura, en la planificación de las ciudades y de los barrios las diferencias de roles y esta división de trabajos que persiste entre mujeres y hombres? ¿Cuánto afecta el acceso a los bienes urbanos, que no son igualmente accesibles ni equitativos, en calidades ni en ofertas para la ciudadanía, y que van a responder a grandes desigualdades sociales, económicas y culturales, que se expresan en el territorio y en las formas de habitar las viviendas? En el caso de las mujeres, esto se agrava, porque sufren dobles y triples discriminaciones, porque persisten las diferencias de las mujeres, las que no somos iguales a los hombres. Y somos omitidas en nuestra disciplina, en las políticas, y de muchas maneras. Las desigualdades y la omisión de las mujeres en la Arquitectura y en el Urbanismo no se explican en la naturaleza biológica de los sexos, es preciso deconstruir los estereotipos consolidados que responden a una cultura misógina, además de racista, homofóbica y xenofóbica. Tenemos que prestar mucha atención y tener una mirada crítica permanente para entender que, a veces, hay categorías que realmente no nos alcanzan como concepto. Por ello, desde el feminismo y desde el Urbanismo feminista, pensamos que hay que trabajar en la intersección de conceptos. Porque la concepción androcéntrica, heteronormativa y patriarcal son centrales, sin embargo no alcanzan para explicar las múltiples discriminaciones que sufren las mujeres. Es central cuestionar la neutralidad de las políticas, ya que no es tal, es la omisión de las mujeres, es la forma en que nos diluyen a las mujeres en conceptos supuestamente neutrales como familia, población, hogares, que no lo son; ni todas las familias son nucleares, porque hay distintos arreglos familiares, ni la población es homogénea, ni las mujeres somos iguales a los hombres. Las mujeres somos diferentes, lo que no queremos es ser desiguales. 
Y nuestra profesión también es política. Porque cada decisión proyectual tiene un contenido que subyace. No es solo armonía, proporciones, espacio; son también decisiones proyectuales, de planificación, que afectan a las personas que van a habitar esos espacios. Entonces, en relación a cómo se incorporan a este orden material, la pregunta vuelve a ser: ¿para quiénes son la ciudad, el barrio, la vivienda? Las injusticias territoriales no solo responden a la desigualdad social y económica. No es igual andar por las ciudades y por los barrios con cuerpos de mujeres que con cuerpos de hombres. Ni qué decir de los cuerpos disidentes, esos cuerpos valientes que hoy levantan sus derechos. 
Creo que es muy interesante reflexionar cómo estamos siendo educados, cómo son las carreras que nos forman, que se afianzaron desde la utopía de la modernidad que mencioné, y que responden, desde estas concepciones de que la Arquitectura y el Urbanismo, a un hombre universal.

¿Qué reflexión puede hacer de los estereotipos del habitar familiar no solo desde la forma, en este caso, sino más desde la función? ¿Le cabe un análisis feminista a cómo están diseñadas las viviendas?
Una investigación reciente en Londres en viviendas de parejas heterosexuales, en el marco de la pandemia y del teletrabajo, da cuenta de que la mayoría de los varones tienen su espacio o usaron el espacio dedicado para el trabajo de estos hogares, ya sea un espacio especial tipo oficina, o una habitación privada, en donde podían dar respuesta a sus necesidades laborales. Mientras tanto, las mujeres usaron los espacios residuales: la mesa de la cocina, el cuarto de los hijos, el dormitorio propio. El resultado de esta investigación afirma que las mujeres pudieron responder a sus trabajos un tercio de tiempo menos que los varones, porque sufrieron interrupciones. 
Creo que estas investigaciones dan cuenta de cómo podríamos empezar a imaginar y a pensar una casa sin sexo, en donde pudiéramos compartir los espacios y tener hombres y mujeres sus propios rincones o lugares o habitaciones. Y en donde tengamos en cuenta, también en esa clave, las responsabilidades de las mujeres, como el espacio de cocina integrado al espacio de vivir, hasta que avancemos en un pacto de paridad doméstica entre mujeres y varones.