Una experiencia formativa basada en la equidad

Claudio Ferrari

jueves, 4 de noviembre de 2021  |   

La igualdad de oportunidades es una idea de justicia social que propugna que un sistema es socialmente digno y justo cuando todas las personas tienen las mismas posibilidades de acceder al bienestar social y poseen los mismos derechos.

Entre 1980 y 2015, el 1% más rico del mundo recibió una proporción dos veces mayor del crecimiento económico que el 50% de la población con menores ingresos, según el Informe de desigualdad global del World Inequality Lab. Hoy, ese desequilibrio nos plantea un escenario mucho más acuciante, donde el acceso equitativo del que estamos hablando se ha tornado un desafío que implica cambios sustantivos en la organización de la sociedad. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) calcula que en la actualidad se extraen globalmente cien mil millones de toneladas de recursos naturales para la producción anual, triplicando la cantidad que se extraía en 1970. Alrededor de la mitad de los materiales utilizados son minerales no metálicos, usados mayormente en el sector de la construcción, seguido por una cuarta parte que corresponde a biomasa y el resto combustibles fósiles y metales. A este ritmo de producción, consumo y descarte, para 2060 el uso anual de materiales sería de 313 mil millones de toneladas, más del triple del número actual.


Mapa de la cuenca Reconquista (LabUrA-UNSAM).

Enfrentar desde la universidad los cambios globales a los que estamos sometidos, conviviendo diariamente en un escenario de crisis planetaria, nos exige tener una mayor conciencia de los objetivos de estudio que se plantean en las distintas áreas de conocimiento. La pandemia nos ha hecho reflexionar más profundamente sobre nuestra misión y objetivos, intentando asimilar los cambios acelerados que muestra la actividad humana, y nos ha permitido resolver, en gran parte, la discusión acerca de si las universidades debieran tener «contacto» con la realidad. 

Cualquier respuesta pospandémica debería apoyarse, como sugiere el filósofo Edgar Morín, en los principios de una economía verdaderamente regenerativa basada en el cuidado y la reparación (Sánchez y Eduardo, 2009).

Lo superfluo se ve desplazado por necesidades esenciales y primarias de la sociedad, la que nos replantea una nueva ética de la formación y una reformulación de los perfiles de graduados, con las consecuentes variaciones en planes de estudio, objetivos, contenidos y modalidades de enseñanza y aprendizaje. En ese sentido, las escuelas de arquitectura están en un proceso de resignificación del espacio disciplinar, más orientadas a la integración social del conocimiento que el alcanzado en otros momentos de la historia.

Desde el espacio del Instituto de Arquitectura y Urbanismo entendemos que es necesario mantener un estado de reflexión colectiva sobre estos hechos, para pensar hacia dónde y cómo queremos ir.
Ser un arquitecto hoy –uno comprometido con el desarrollo justo del hábitat– implica, entre otras cosas, desarrollar propuestas concretas que ayuden a cambiar las condiciones de vida en el mundo real, entendiendo el nivel de precariedad en el que vivimos.

En una entrevista, el pintor y escritor chileno Adolfo Couve decía: «El fracaso es casi siempre ansiedad, apurarse», y también dijo que «Puede ser que el miedo que le tengo a la muerte haga que esté controlando todo, el encerado, el jardín, el riego, el loro, la casa. El miedo me ha hecho vivir en circuitos muy precarios. Porque el problema es que buscamos una seguridad que no existe. Somos lo que somos nomás, y como somos casi nada y es lo único que somos, si perdemos el casi nada, perdemos todo» (García y Porzio, 2015).

Lo que define en gran medida los principios de una formación inclusiva en estos contextos vulnerables es el principio de equidad. La equidad es una idea muy pertinente a los objetivos de un plan de estudios en cualquier nivel de la educación. En las universidades este concepto se va poniendo más difuso producto de las formas de acceso al conocimiento, y la imposición de una idea de clase dominante que se arroga el derecho natural de acceso al conocimiento.

La Honorable Cámara de Diputados de la Nación expresó en 2018: «¿Es de equidad que hayamos poblado la provincia de universidades, cuando todos sabemos que nadie que nace en la pobreza en la Argentina hoy llega a la universidad?»

Y entonces, me pregunto: ¿cómo transformar desde la experiencia estos «imaginarios» para lograr una mayor equidad?


Biblioteca Popular La Cárcova, taller integrador IA-UNSAM, dirigido por Diéguez, Gilardi, Busnelli.

Desafíos
En el Instituto nos planteamos los siguientes desafíos:

  • Crear un mapa del territorio, interpelarlo, relevar (revelar) a partir de una observación propia legitimada por el espacio y el tiempo de investigación.

  • Definir el concepto de Arquitectura en un contexto donde no hay un imaginario simbólico de este campo de conocimiento, más allá de la casa individual, y objetivar esa realidad para traducirla a un plan de estudios adecuado a las normas que otorgan un título profesional habilitante.

  • Pensar la enseñanza de la Arquitectura fuera del núcleo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde en cien años no se pensó en crear una escuela de Arquitectura y Urbanismo en territorios donde muy pocas veces la disciplina puso su interés.

  • Comprender cuál es la procedencia y los objetivos de los estudiantes que desean estudiar Arquitectura en la Universidad de San Martín, o cualquier otra universidad del conurbano bonaerense, para construir desde esos imaginarios una posibilidad de adaptar la Arquitectura a estas demandas no convencionales.

El diseño curricular está determinado por estos desafíos, y por cómo generar programas de inclusión; creemos firmemente que sin este contrato entre autoridades docentes y estudiantes no es posible un modelo de transferencia de conocimientos exitoso.

La herramienta proyectual comienza así a ser un arma poderosa, pudiendo establecer espacios de síntesis y resolución de conflictos al introducir la Arquitectura en lugares donde nunca había transitado. Amplía la posibilidad de integrar la práctica a un espacio social de conocimiento, que actúa como un súper conductor de las vinculaciones más complejas, como puede ser el reclamo de infraestructuras básicas a partir del intento que producir proyectos urbanos desde la escuela, o acercar el diálogo entre los actores de un barrio desde un escenario de proyecto en diversas escalas.

Para los que viven al margen de la ciudad, estos significantes son de naturaleza muy distinta al de las áreas centrales, y hay que construirlos en un ADN nuevo, por eso resulta tan difícil planificar en el conurbano: entre otras cosas, porque no hay una idea común sobre su lógica constitutiva.

Lo que está claro en los alumnos desde el primer día es que saben lo que quieren transformar y vienen a este espacio de conocimiento a buscar las herramientas. Esta acción interpela a nuestro saber disciplinar, nuestras prácticas e incluso nuestra forma de enseñanza de la Arquitectura.

Las ideas de un conocimiento circular implican una integración permanente con la comunidad: no se puede ser elitista en esta matriz, todo se piensa naturalmente en una función social. Es, además, una manera de decir que toda la Arquitectura es pública, y que no se puede hacer la separación de público y privado definido por el imperativo del catastro parcelario, el cual significa hoy un verdadero atraso cultural que subsiste lamentablemente en nuestro país por el origen agropecuario de la cultura del suelo.

Las programaciones de los ejercicios de proyecto comienzan a tener agendas no convencionales, donde se incluye el trabajo social, la producción local, el medioambiente, la política pública, la tecnología y, por supuesto, la solución a los problemas de hábitat y la edilicia de la vivienda doméstica con sus procesos de construcción, las técnicas, los materiales y la invención de nuevos procesos constructivos basados en la investigación teórica y los ensayos de laboratorio.

La experiencia con los procesos constructivos que se generan en los barrios producto de la autoconstrucción genera un enorme campo de energía productiva que no está orientado con la incorporación del proyecto arquitectónico como instrumento de calidad, la optimización del proceso, su economía y por supuesto un ideal de belleza.

La comprobación se da en la mejora sustantiva del trabajo y la calidad de las obras: ya hay estudiantes viviendo esa experiencia como egresados, donde han encontrado un enorme espacio de desarrollo y bienestar, que le da un sentido de equidad a su diploma de Arquitectos. 


Referencias
Uribe Sánchez, J. L. E. El pensamiento complejo de Edgar Morin, una posible solución a nuestro acontecer político, social y económico. Espacios Públicos, 12(26), 229-242. Universidad Autónoma del Estado de México Toluca, México.
García, M. y Porzio, C. (Eds.) (2015). La tercera mano. Extractos a entrevistas a Adolfo Couve. Alquimia ediciones.
 

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