¿Por qué no han existido grandes arquitectas mujeres?
Victoria Migliori
En el año 1971, la historiadora Linda Nochlin publica el ensayo Por qué no han existido grandes mujeres artistas –cuyo título me atrevo a tomar prestando para este texto–, en el que propone una reflexión histórico-artística en relación a la diferencia sexual entre los grandes nombres de la historia del arte.
¿Cuántos nombres de arquitectas pueden recordar? ¿Cuántas son? ¿Son tan conocidas y reconocidas como lo han sido tradicionalmente los hombres? ¿Hasta qué punto son visibles? ¿Cuál es el precio que tuvieron que pagar por esa visibilidad? ¿Cuántas de ellas figuran en los libros de arquitectura con los que estudiamos y siguen estudiando los futuros profesionales? ¿Qué participación tienen en la construcción del discurso arquitectónico? ¿Cuál era su extracción social?
Un día de taller en Introducción al Conocimiento Proyectual, CBC, FADU, UBA. Foto: V. Migliori.
Dejemos en claro que la investigación sobre mujeres arquitectas silenciadas por la historiografía tradicional está, a estas alturas –y por suerte–, encaminada y avanzada. En nuestro país es fundamental la tarea del colectivo Un Día, Una Arquitecta y de investigadoras como Inés Moisset, por ejemplo. Si bien todavía queda mucho trabajo por hacer al respecto, la tarea de reponer nombres ya no tiene vuelta atrás; pero, ¿eso salda la deuda? Definitivamente no; y es ahí dónde retomo el texto de Nochlin, porque su trabajo hace foco en algo que creo que ha sido central en torno a la figura del «gran arquitecto».
Según la autora, la pregunta que el título del presente texto parafrasea es tramposa, porque «en la base de esta pregunta se encuentran muchas premisas simplistas, distorsionadas y carentes de sentido crítico sobre la creación del arte [arquitectura] en general y sobre las grandes obras de arte [arquitectura] en particular». Los libros y las publicaciones especializadas han sido las encargadas de difundir y homologar de alguna forma la producción arquitectónica utilizando de manera recurrente el término «grandes» como título honorífico. La tradición artística, que incluye a la arquitectura entre sus disciplinas, asocia ese término a la idea de genio, en tanto alguien dotado de un aura especial que lo convierte en único e irrepetible: «una mirada romántica y elitista, centrada en la glorificación del individuo».
¿Dónde está la voz pública de las arquitectas?
Utilizando el mismo recurso, este subtítulo parafrasea a la catedrática inglesa Mary Beard en su conferencia «La voz pública de las mujeres» en la que esta especialista en la Antigüedad Clásica analiza el modo en que la historia ha tratado a las mujeres poderosas (Beard, 2018). La conferencia inicia con una cita de la Odisea de Homero que, seguramente, ha pasado desapercibida, o al menos ha sido naturalizada, durante siglos. En el primer canto del poema se puede leer cómo el joven Telémaco (hijo de Ulises y Penélope) le dice a su madre: «... mas tú vete a tus salas de nuevo y atiende tus propias labores, al telar y a la rueca, y ordena, asimismo, a tus siervas aplicarse al trabajo; el hablar les compete a los hombres y entre todos a mí, porque tengo el poder en la casa». El término que utiliza Telémaco es mythos, que en griego homérico alude al discurso público en esos tiempos, algo que claramente estaba vedado a las mujeres.
Tomando como base la web de la FADU[1], es posible hacer un ejercicio estadístico en relación a la conformación de las cátedras de todas las materias de la carrera de Arquitectura. El resultado final permite diferentes lecturas, pero se observa que no hay mujeres titulares en las materias Arquitectura I a V, Teoría de la Arquitectura y Construcciones, y que la relación final de titulares de todas las materias de la carrera es del 11% de mujeres y 89% de varones. Podrían sumarse a estos datos los porcentajes vertidos en el artículo «Docentes Mujeres del Área Proyectual» publicado en esta misma revista en 2016 (Quiroga, Mignaqui y Martínez González, 2016).
Fuente: elaboración de la autora basada en información proporcionada por los equipos docentes por cátedra, y publicada en sus páginas, a partir de www.fadu.uba.ar 2019-2020.
En definitiva, queda más que claro que las mujeres no formamos parte de la construcción formal del discurso público de la arquitectura. Por supuesto que hay una construcción de otro discurso que hacemos las arquitectas, pero no parece ser valorado por la academia.
¿Cómo juntamos todo esto?
El pensamiento proyectual no es privativo de las materias troncales (Arquitectura I a V y Teoría de la Arquitectura) y ni siquiera lo es de la carrera de Arquitectura. Siguiendo a Inés Moisset, el pensamiento proyectual es una herramienta para adquirir nuevos conocimientos «a través de secuencias de hipótesis que investigan el futuro y lo evalúan, proponiendo escenarios, no alternativas sino posibilidades» (Moisset, 2017).
Por otro lado, la estructura de la carrera sigue abonando la idea del «gran arquitecto», que ha sido ampliamente superada[2]. Si bien los nombres de las cátedras intentaron una despersonalización convirtiéndose en siglas, que en muchos casos replican nombres de estudios conocidos, el fondo del plan de estudios sigue siendo el mismo: una carrera cuyo eje es una única materia, en donde el resto funcionan como satélites sometidos a su influencia, resulta una idea obsoleta. La Arquitectura requiere de trabajo colectivo y colaborativo (no es una frase hecha, basta con ver la cantidad de profesionales involucrados en el proceso de una obra), las ideas se construyen siempre con otros y nunca son privativas de una única figura. Si a esta estructura académica sumamos la ausencia de mujeres como titulares de las materias eje, tendremos un discurso unívoco que solo sigue apuntando al mismo lugar.
¿Solo se trata de mujeres?
Por el taller de Introducción al Conocimiento Proyectual (ICP), en el CBC, pasan estudiantes muy diferentes, con todo lo que ese adjetivo implica: extracción social, género, variedad de intereses personales y profesionales, expectativas, deseos y en los últimos años, también de diferentes países. Es placentero ver cómo la educación pública permite una mixtura impensada en muchos otros espacios. Sin embargo, cuando el año termina, surge la pregunta: ¿cuántos de ellos (sobre todo aquellos que siguen Arquitectura) logran terminar la carrera? ¿Podrán evitar la frustración que la imposibilidad de llegar a ser un genio (que cuando yo estudiaba se los llamaba «lápiz de oro») les pueda generar?
La idea del «gran arquitecto» en tanto genio no afecta solo a las mujeres, también deja afuera a estudiantes en situaciones de vulnerabilidad (en todas las variantes del término) que no logren acceder a «ciertos niveles socioculturales», dejando para ellos las tareas consideradas menores (áreas técnicas y tecnológicas, por ejemplo).
Si llegaron hasta aquí y lograron seguir el derrotero de estas ideas, de seguro estarán al menos, con enojo o intriga. En ambos casos, este texto busca pensar con quien lo lee, no llegar a afirmaciones definitivas: no busquen aquí respuestas, porque no se trata de dar respuesta, sino de construir nuevas preguntas.
[1] No todas las cátedras tienen sus sitios vinculados a la FADU, pero puede sumarse una búsqueda minuciosa por otras redes que reponen en gran medida los faltantes.
[2] Queda flotando aquí la conversión en «marca» que el marketing ha hecho con la idea de genio, de gran figura.
Bibliografía
Beard, M. (2018). Mujeres y poder, un manifiesto. Buenos Aires: Crítica.
Homero (2008). Odisea. España: Del Nuevo Extremo.
Moisset, I. y Períes, L. (Comps.) (2017). La experimentación proyectual. Actas Proyectar 2017. Universidad de Buenos Aires.
Nochlin, L. Por qué no han existido grandes mujeres artistas.