Arquitectura de consensos, un camino hacia la identidad propia
Álvaro García Resta
La creación de la Dirección de Antropología Urbana dentro de la Subsecretaría de Proyectos del Ministerio de Desarrollo Urbano y Transporte resume un desafío: articular las necesidades y requerimientos de los vecinos de la Ciudad de Buenos Aires con las herramientas de la arquitectura pública. El primer paso fue escuchar qué sueños tienen, cómo quieren vivir el espacio público, qué falta y qué sobra en cada barrio. Así trazamos un mapa donde las plazas dejan de asumir un trazado de otra época: ahora comprenden un diseño actual, no son más unas iguales a las otras.
La construcción proactiva de la identidad ocurre cuando se implementan métodos de investigación social, cruzados por el aporte interdisciplinario. Arquitectos, antropólogos, sociólogos, paisajistas. Y vecinos, ya que su voz es tan relevante como la de los técnicos porque contempla las necesidades reales. Éste es el valor de la antropología urbana: contribuir a la apropiación de la ciudad por parte de los usuarios. Una oficina de arquitectura pública que releva la demanda del cliente-vecino y promueve la carga de identidad necesaria es un proceso que lleva tiempo. Por un lado, analizamos conceptos de propiedad en ámbitos privados; por el otro, conceptos de apropiación en el terreno de lo público.
Cuando pusimos el foco en la antropología urbana dimensionamos a la arquitectura como una expresión física del comportamiento. A escala, la ciudad es un reflejo físico de la era en la que vivimos; los usos y rituales sobre los espacios públicos tienen que ver con los momentos y coyunturas. Por eso, en la actualidad es inconcebible que las plazas asuman la misma estrategia urbana: ahora estamos atravesados por conceptos embebidos de diversidad, accesibilidad y sustentabilidad. Estos comportamientos son los que estudiamos desde la perspectiva de la antropología urbana para identificar dinámicas que canalicen las distintas demandas con respecto al uso y la apropiación del espacio público. No se trata de una propuesta intuitiva, sino que está en el marco de procedimientos científicos, mensurables. La arquitectura, entonces, se asume como un componente más en el proceso interdisciplinario. En este sentido, la antropología urbana genera el programa de necesidades, no define la forma, que es una facultad básica de la arquitectura: consultar con el cliente el programa de necesidades. En este caso, el cliente es el vecino. Y el proyecto es el vehículo para reformatear la disciplina hacia una arquitectura de consensos. A tono con los desafíos que plantea la revolución tecnológica, los usuarios hoy tienen herramientas y recursos disponibles para tomar decisiones. Entre los casos de éxito donde implementamos procesos de consensos se pueden mencionar el Tiro Federal, el Parque de la Estación, la Plaza Clemente, la Manzana 66.
Cada espacio fue configurado después de escuchar, debatir y acordar. Los vecinos también eligieron el nombre de sus plazas (Parque Elefante Blanco, Plaza de los Vecinos) a través del voto. Las encuestas, las recorridas por las obras, las mesas de participación y la convocatoria formaron parte de la paleta de recursos disponibles. Por eso hablamos de «co-creación», de un sistema de plazas urbanas que se trabaja desde la identidad de un paisaje genuino.
El caso de Plaza Houssay es uno de los ejemplos emblemáticos. La plaza fue pensada en sus inicios para evitar que las personas se agruparan. Implantada en el corazón de un campus universitario se pretendía eludir reuniones de estudiantes. Después, con la reforma de 1980 se incluyeron cocheras. En plena dictadura se creía que los universitarios iban en auto a la facultad. Ese espacio quedó inutilizado y cuatro décadas después la zona se transformó en un foco de inseguridad. El relevamiento antropológico que se puso en marcha en el 2015 reveló que hacía falta un cambio de fondo. La zona, que ostenta gran conectividad y accesibilidad, está en sintonía con los usos universitarios, hay 150 mil personas que transitan diariamente el espacio. Sin embargo, las noches, los fines de semana y los veranos era tierra de nadie. El desafío fue incluir usos complementarios de plaza de barrio: utilizar el espacio público en situación de ocio. Así fue como el primer subsuelo se transformó en un patio gastronómico que disfrutan estudiantes y vecinos. Se puso en valor el entorno y se le asignaron usos recreativos a los nuevos espacios verdes.
El maridaje interdisciplinario entre sociólogos, antropólogos y arquitectos no es sencillo, porque se abordan las problemáticas desde distintas ópticas. Pero es clave trabajarlo para acompañar las definiciones programáticas a partir de los nuevos usos que van surgiendo como necesidades concretas. Intento ser un poco desafiante y cuestionar. ¿En qué momento nos creíamos que sabíamos más que el vecino sobre los usos de su barrio? Estudié arquitectura para cambiar el mundo, no para apilarle ladrillos encima. Entonces, debatir formas de hacer las cosas, repensar estrategias y sumar componentes creativos es una alternativa viable. Hay que animarse a preguntar, escuchar las respuestas y asumir la responsabilidad de generar cambios para estar a la altura de los desafíos actuales.