Un contenedor de fotos para un amigo de la infancia
Federico Kelly
Una tarde de marzo recibo un llamado de Gastón Deleau. Me quiere comentar un proyecto que tiene entre manos. Gastón no es un cliente cualquiera, es un amigo de la infancia de aquellos con los que pasé muchos momentos de mi vida. Tardes de bicicleta, plaza y algo de fútbol. Luego nos perdimos el rastro, por temas de la vida y los diferentes caminos de cada uno. Pasaron 30 años.
Gastón ahora es el cliente. En los últimos años se dedicó a la gestión cultural con un especial interés en la fotografía contemporánea. Su proyecto parte de esta necesidad, un espacio destinado a albergar muestras para promocionar la fotografía como disciplina artística.
El programa es sencillo, un local de merchandising a la entrada, un gran salón para exposiciones, un auditorio y un sector administrativo. No es un edificio público, es un pequeño museo privado abierto al público.
El proceso
La fase preliminar llevó muchas idas y vueltas. Se buscaron ideas para transformar un oscuro tinglado desangelado en un lugar agradable que reuniera las características necesarias. Pautamos muchas reuniones, intercambiamos infinitos mails mientras las aprobaciones y permisos recorrían sus caminos. Las preocupaciones fueron varias, las decisiones pocas y debían ser las apropiadas. Además, el tiempo era escaso y el presupuesto, ajustado.
Gastón fue de esos clientes que se involucran activamente: tenía muy claro lo que quería y eso generó un trabajo fluido. Por su trayectoria en el ambiente artístico muchos actores del rubro que visitaban la obra emitían su opinión: por momentos esos comentarios complicaban las cosas. La obra estaba en marcha y todos los cambios son más complejos cuando el tiempo apremia.
El proyecto giró en torno a las instalaciones requeridas ya que el espacio sólo tenía paredes y techo. Los temas centrales derivaron en la instalación del aire acondicionado, la ubicación de los equipos y la iluminación, un eje fundamental de la obra.
Trabajamos con un asesor, que propuso una idea muy ingeniosa y sencilla apelando al concepto low tech local. En este mercado no hay grandes empresas de iluminación que asesoran y dan respuesta a los museos de Europa.
Teníamos que inventar algo bajo la premisa BBB+E: bueno, bonito y barato y eficiente. La solución llegó y se instaló en pocos días.
Entre las anécdotas, recordamos que a días de la apertura de la galería llegó de visita un especialista en salas de fotografía. Y realizó un comentario lapidario acerca de cómo iba a impactar el tipo de iluminación planteado sobre los vidrios especiales que, normalmente, protegían las copias originales.
Estábamos frente a un problema: la iluminación directa no servía para las exposiciones de fotografía. Había que pensar rápidamente una solución constructiva para solucionar el trabajo ejecutado. Siempre con la condición BBB+E, le sumamos un nuevo parámetro: la letra R, de rápido. No había más tiempo, vivimos días de estrés, porque la fecha de estreno ya estaba definida y se habían cursado invitaciones a 3 mil personas.
El asesor sugirió que lográramos la luz difusa requerida desviando los artefactos para que iluminen el techo mediante un dispositivo que, por rebote, dotara al espacio de una iluminación pareja. Finalmente, la solución fue la indicada y cumplió de manera satisfactoria su cometido. Además, sumó un efecto extra ya que se consiguió mayor volumen en el espacio al iluminar el techo parabólico blanco.
Ahora, el museo cuenta con una programación muy activa, con muestras que se renuevan cada tres meses. FOLA se convirtió en un nuevo ícono cultural de la Ciudad de Buenos Aires.
Autores de Proyecto FOLA KLM arquitectos | Federico Kelly, Paula Lestard, Hernán Maldonado.